Muchos quisieran un dios de bolsillo.

“Muchos sí quisieran, como dice aquella canción, un Dios de bolsillo, un Dios que se acomode a mis ídolos, un Dios que se contente cómo yo pago a mis jornaleros, un Dios que apruebe mis atropellos.  ¿Cómo podrán rezar ciertas gentes a ese Dios el Padre Nuestro si más bien lo tratan como uno de sus mozos y trabajadores?  (24 de septiembre de 1978)  

Hace unos años, un expresidente de la Asamblea Legislativa salvadoreña daba gracias a Dios porque sus compinches habían votado no desaforarlo a pesar de las pruebas que había presentado la Fiscalía sobre la entrega de dinero y promesas electorales a las maras.  Es un ejemplo de cómo un político vive confiando en su «dios de bolsillo», «un dios que apruebe mis atropellos», un dios que justifica lo que llama «su inocencia» (mientras nadie lo había acusado, solo había suficientes indicios que merecen ser investigados y juzgados por los tribunales).

Otro ejemplo es el de la dueña de una maquila que obliga a sus centenares de trabajadoras a orar cada lunes por la mañana para dar gracias a su dios porque tienen trabajo y pedirle que consiga mucha demanda, así tendrán trabajo.  Nada que ver con el salario de hambre que paga ni con las horas diarias de trabajo.  En este tiempo despide a gente, luego les manda a casa «hasta otro aviso».  Esa dueña cree en «un dios que se contenta con que yo pague a mis jornaleros».

¿Y qué pensar cuando los políticos nos dicen «Dios les bendice»?  Lo que quieren decir es que su dios (su ídolo) bendiga y justifique lo que ellos mismos están haciendo.   El pueblo está en el último lugar.  Ningún político debería hablar de su dios, «un dios que se acomoda a mis ídolos».  Recordemos que monseñor Romero no quiso estar presente en ningún acto público del gobierno de turno y que ningún político estaba invitado a la catedral para las celebraciones litúrgicas.  Monseñor Romero tomó posición frente a esos adoradores de los dioses de bolsillo.

También podemos compartir ejemplos más cercanos.  Hace años, una señora contó que estaba un tanto decepcionada porque ya eran varios años que estaba orando y pidiendo a su dios que le consiguiera trabajo y... nada de nada.   Luego aclaró que no había hecho gestiones porque estaba segura de que su dios le iba a resolver el problema.   Monseñor Romero habló de las personas que tratan a su dios como «uno de sus mozos».

¿Y quién es Dios para nosotros/as? ¿Cómo lo tratamos? ¿Aparece a veces ese dios de bolsillo también en nuestra vida?  El Dios de Jesús está presente en nuestra vida y en la del pueblo.  Jesús nos recuerda que el Padre sabe lo que necesitamos (Mt 6, 8.32) y nos invita a “buscar primero el Reino y la Justicia de Dios” (Mt 6, 33).  Además, el Dios de Jesús no se deja manipular ni se pone al servicio del poder y la riqueza.   En tiempos de crisis, podemos confiar en que nos guiará hacia el final del túnel oscuro, que nos acompañará, que nos dará ánimos y fortaleza.  Solo tendremos que aprender a escuchar su voz y a sentir su presencia.  En comunidad, tenemos la oportunidad de ayudarnos a discernir el fuego del Espíritu y de arriesgarnos a ser colaboradores en primera línea en la construcción del Reino de Dios.

También debemos tener el valor profético de denunciar a los adoradores de los dioses de bolsillo, a los idólatras.  Tenemos que ser autocríticos.  Dios nos llama a asumir nuestra responsabilidad histórica y, en ese camino, siempre estará presente.   Nuestra solidaridad, nuestro testimonio de esperanza y fraternidad serán las piedras seguras que facilitarán cruzar ríos durante cualquier tormenta.

Monseñor Romero sigue llamándonos a arriesgarnos a creer en el Dios de Jesús y a combatir y rechazar los dioses de bolsillo.   Cantamos: «Machete, estate en tu vaina, que esto no tiene solución; yo cumplo la voluntad de Dios de mi casa al trabajo. “No te metas, no te metas, te lo predicaron desde chico: poca pala y mucho pico; si quieres tranquilidad, mira la vida de afuera, no te vayas a manchar.  Aprendiz politiquero, ¡termina con tu blablá! ¡Mirón!» (del cancionero de las comunidades en El Salvador).   Es quizá una de las mayores tentaciones: hacernos sordos ante el grito de los «pobres», es decir, el grito de Dios, y no hacer lo que debemos.   Lo vemos en nuestra insensibilidad ante las víctimas del genocidio, de las guerras y del hambre, así como en nuestro silencio ante la militarización y el crecimiento de la industria armamentística en el mundo actual.  ¡No a los dioses de bolsillo!

Cita 6 del capítulo I (Dios  ) en el libro “El Evangelio de Mons. Romero”

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