Domingo 2º Cuaresma B 2ª lect. (25.02.2018): “Nada nos puede separar del Amor” (Rm 8, 39)

Introducción:Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Rm 8,31b-34)
El capítulo 8 de Romanos describe los rasgos principales de una vida según el Espíritu de Jesús. Su primer enunciado da el tono general: “ahora ninguna condena [existe] para los [que están] en Cristo Jesús” (8,1). “Los en Cristo Jesús” son los que han recibido su Espíritu: se sienten hijos de Dios, coherederos con Cristo, sujetos a mil tentaciones, pero salvados, oyendo los gemidos del Espíritu que ora -respira adecuadamente- en ellos. Son las consecuencias de haber aceptado a Jesús: “justificados por la fe estamos en paz con Dios por medio de nuestro señor Jesucristo, por quien hemos obtenido -gracias a la fe- el acceso a esta gracia en la que nos encontramos” (Rm 5,1-2).

Esta gracia es el amor gratuito y universal del Padre Dios, manifestado en Cristo
Frente a religiones que nos asustan con el castigo divino, que amenazan si no se obedece a sus dirigentes, que dividen y complican la vida con prescripciones a veces inhumanas, que anteponen las normas religiosas al amor y a la ayuda al prójimo, que persiguen e intentan eliminar a quien no comparte su credo, sus ritos o su ética..., Pablo propone el amor desinteresado de Dios que sólo va en una dirección: a favor de todo ser humano. Para cantar este amor, elabora el himno que cierra este capítulo de Romanos (8,31-39). Sería bueno leerlo todo.

Nuestro Dios no condena
Da por supuesto –es la revelación de Jesús- que “Dios está en favor nuestro”. Desde aquí pregunta: ¿quién contra nosotros? El Padre de Jesús no “porque no se ha separado de su propio Hijo” (la traducción litúrgica “no perdonó a su propio Hijo”, es equívoca; se presta a ver dureza de corazón en un “dios” que no perdona ni a su hijo. El verbo griego “feidomai” significa “evitar, separarse, mantenerse alejado, omitir, cesar, desprenderse de, renunciar, escatimar...). Al Hijo le acompaña hasta la muerte, como a toda persona. La muerte de Jesús fue una muerte terrible. Todas son acompañadas por el amor del Padre que nos “justifica, disculpa, cree, espera, aguanta siempre”. Por ser sus hijos nos envuelve con su amor en toda situación, aunque nosotros hayamos utilizado la libertad para el odio en nuestra persona y en los demás. Si justifica, no puede “condenar”.

Nada nos puede separar del amor divino” (Rm 8, 39)
Jesús, excusándonos de su muerte “-¡Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen!-”, resucita y descubre el proyecto amoroso de Dios e intercede por nosotros. “¿Quién nos separará del amor de Cristo?”, se pregunta Pablo (vv. 35-39). Con aplomo dice: “estoy convencido que ni muerte ni vida, ni ángeles ni principados, ni presente ni futuro, ni potencias, ni altura ni abismo, ni criatura alguna, podrá separarnos de ese amor de Dios, presente en el Mesías Jesús, Señor nuestro”.

Oración:Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Rm 8,31b-34)

Jesús empapado del Espíritu, en-amorado de verdad:
hoy, “en una noche oscura, con ansias, en amores inflamada”,
contemplamos “otra inflamación mayor de otro amor mejor”:
- el amor que sientes como Hijo amado del Padre;
- el amor que empujaba tu vida a la soledad para respirar el Espíritu divino;
- el amor que te sacó de la casa familiar para fundar “otra familia” (Mc 3,31-35);
- el amor que te hizo “imagen” del amor invisible de Dios (2Cor 4,4);
- el amor que “reproducía la realidad divina” (Heb 1,3);
- el amor que te hacía “palabra viva y eficaz de Dios” (Jn 1,1-18);
- el amor que te abajó a ser encarnación de Dios, humanidad entrañable (Jn 1,14);
- el amor que te identificó humanamente con el Padre (Jn 14, 9);
- el amor que te llevó a ser “locura y debilidad de Dios” (1Cor 1, 23-25);
- el amor que te impidió “aferrarte a la condición divina, te despojó de tu rango
y te llevó a tomar la condición de esclavo, haciéndote uno de tantos
” (Flp 2,6-7).

En tu vida, Jesús de Nazaret, hemos visto una vida:
sin poder ni autoridad al estilo de este mundo;
sin la grandeza ni la majestad que nuestra imaginación atribuye a la divinidad;
nuestros templos, imágenes, vestimentas... falsean tu verdadera imagen;
tu vida tendía a identificarse con todo ser humano;
especialmente a solidarizarse con quienes lo pasan peor.

Nos has abierto el camino para encontrar al Dios invisible:
respetando y potenciando lo humano, “tu gloria”;
porque Dios, a través de ti se ha identificado con todo ser humano;
“benditos del Padre” llamas a los que tratan a los demás como tú:
remediando al hambriento, sediento, forastero, desnudo, enfermo, preso... (Mt 25,31-46);
acogiendo, escuchando..., aunque sea a un niño no nacido o a un moribundo...;
viviendo tu mismo amor, respondiendo al amor del Padre y al tuyo.

Queremos, Jesús hermano, poner hoy los ojos en ti:
porque en ti, “el Padre nos lo tiene dicho todo y revelado,
y en ti hallaremos aún más de lo que pedimos y deseamos;
tú eres locución y respuesta, visión y revelación del Padre;
tú nos ha sido dado por hermano, compañero y maestro, precio y premio;
tú eres el Hijo, sujetado por el amor divino, y afligido...;
tú eres el Hijo humanado en quien habita corporalmente toda plenitud de divinidad (Col 2,9)”.
(San Juan de la Cruz: Subida del monte Carmelo, libro 2º, capítulo 22; o. c. pp. 235-247).

Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?:
estamos convencidos que ni muerte ni vida, ni ángeles ni principados,
ni presente ni futuro, ni potencias, ni altura ni abismo, ni criatura alguna,
podrá separarnos de ese amor de Dios, presente en ti, Mesías Jesús, Señor nuestro
” (Rm 8, 38-39)..

“Estoy seguro de que no hay nada que nos pueda separar del amor
que Dios nos ha manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor:
ni el destino, ni la muerte, ni el vacío, ni la falta de sentido,
ni la culpa, ni la condenación, ni ninguna otra amenaza ...
El mensaje final de Pablo es el de que ni siquiera nuestra conciencia culpable
puede separarnos del amor de Dios.
Pues el amor de Dios significa que Él acepta a quien se sabe inaceptable”
(P. TILLICH en The new Being. Selecciones de Teología, v. 50, oct-dic. 2011, n. 200, p. 318).


Gracias, Jesús, hermano, por el Amor:
que ha nacido en nosotros al creer en ti.

Rufo González
Volver arriba