Filosofía del amor

Dios es amor:
pero el amor es diablesco

(AOO).
El amor dice trascendencia: yo soy otro. Por eso el amor es divino, porque nos salva de nosotros mismos; pero también demónico o diablesco porque nos enajena de nosotros mismos. El amor es así el sentido y sinsentido de la vida, divino y demónico: se trata en todo caso de humanizarlo.

El amor dice trascendencia, mas la amistad humaniza el amor y dice trascendencia inmanente, amor humano o humanado. La amistad es el amor encarnado humanamente, el amor medial entre lo divino y lo demónico o diablesco, la mediación salvadora de nuestro amor. En efecto, la amistad remedia nuestra desolación existencial, nuestra soledad vital al borde del mar y su oleaje infinito o indefinido.

Dios simbolizaría el amor puro, el diablo los amoríos con sus desamores, y el hombre el amor de amistad. Como aduce G.Steiner, la amistad es el río del amor que desemboca en la mar, el río convertido en ría, la dulzura voluptuosa que asume la sal o salazón de la vida y su ineludible amargor o amargura. En el amor erótico somos nuestro doble especular; en el amor de amistad somos nuestro doble real.

El amor libidinal es una fuerza maníaca de la naturaleza cantada por las Sirenas; el amor de amistad es una maña o artimaña de la cultura contada y representada por Odiseo y su odisea. La naturaleza afirma la procreación vital, la vida y su muerte; la cultura coafirma la procreación existencial, la existencia y la coexistencia. El amor natural no nos salva de la muerte realmente; el amor humano, anímico o espiritual nos salva de la muerte culturalmente: simbólicamente.

Por eso el auténtico amor humano es radical amor de la vida y de la muerte asumida, amor de los contrarios, capaz de remediar el dualismo entre lo divino y lo demónico o diablesco. Esta mediación está personificada por el hombre que re-media el odio, desamor o enemistad en su asunción positivizadora. Asunción de la luz y la oscuridad, el sentido y el sinsentido, lo divino y lo demónico remediados y amigados, encarnados humanamente.
El hombre encarna esta mediación de los contrarios, así remediados humanamente. Pues Dios es amor, sí, pero necesita nuestro amor para encarnarlo; e incluso al parecer al diablo como contrapunto atonal y estridente.
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