¿Desaparecerá la religión católica?

Personas más o menos de juicio imparcial, por el contrario, afirman porque así lo aprecian, un leve resurgir de las creencias, especialmente en países del Este o en Sudamérica. No pasan de ser apreciaciones localistas y, en el fondo, sin mayor interés que el de su extensión. La lógica histórica camina en otro sentido.
Tendemos a ver las cosas tras el cristal de nuestras gafas de colores: creemos que la educación y la cultura están al alcance de todos; que los medios de comunicación llegan a todos; que la informática, la telefonía, los satélites... Pero no. Hay masas ingentes que desconocen siquiera el nombre de lo que para un niño occidental es "pan nuestro de cada día". De ellas se nutre la masa crédula de las religiones.
Pero no son las masas incultas o carentes de lo más necesario las que marcan el rumbo del mundo sino aquellas que se permiten el lujo de pensar gracias a que tienen los medios para ello. Éstas son las que preocupan al tinglado de las religiones.
A nuestro entender la religión como sistema organizado de credulidades tiende a desaparecer. Quizá los más conspicuos entre los fieles puedan hacer que mute, que se transforme, que encuentre una forma más pura de manifestarse.
Podría ser, pero por el bien del hombre, es deseable que desaparezca, igual que han caído mitos ancestrales; igual que ha desaparecido el sustrato agrario de la mayor parte de los ritos; y como han desaparecido las fiestas del sol y tantas celebraciones folklóricas ligadas o basadas en los ritmos cíclicos de la naturaleza; incluso, a escala menor, como han desaparecido determinadas congregaciones religiosas.
El mundo globalizado se abre paso de manera inexorable. Hay toda una plétora de bondad en este fenómeno que aportará más beneficios que males al hombre. Caerán culturas milenarias encerradas en valles sombríos, los explotadores de turno sacarán provecho de ello, los ayatolás de la idiosincrasia clamarán contra las multinacionales depredadoras... pero el acontecimiento nuevo es imparable.
Éste es uno de los rasgos principales de la Nueva Era que emerge. Hay que fomentar lo que une, no lo que separa, fue el lema de aquel preclaro Jerarca católico, que intentó transformar la organización desde dentro y apenas si pudo utilizar la lavadora conciliar para las vestiduras ajadas con que sus jerarcas cubren sus vergüenzas históricas.
Pues contra las propias palabras del pleclaro dirigente religioso, las religiones son el más poderoso instrumento de desunión con que los hombres se arman hoy contra el proceso de unión. Y como por imperativo fisiológico, se niegan a desaparecer. Sus tentáculos viscosos aprietan poderosamente la inteligencia de millones de seres.
No importa. Las mentes más preclaras tiempo ha que han logrado desasirse de tales estrujones nocivos. Falta que el hombre del montón escuche, razone y decida. Una nueva cultura de masas está por nacer.