Un papa ante la Esfinge.

Dice la leyenda griega que el camino hacia Tebas estaba guardado por un “daimon” con cabeza de mujer y cuerpo de león con alas, la Esfinge. Sólo podían reanudar el camino quienes superaran la prueba, el o los enigmas que ella les proponía. En caso de no acertar, morían bajo sus garras.
Uno de estos caminantes fue Edipo que respondió acertadamente al conocido enigma que dice: ¿Qué animal es el que anda – de mañana a cuatro pies – al mediodía con dos – y por la noche con tres? La Esfinge no pudo soportar la humillación de verse vencida por un humano y se quitó la vida.
Como todos los mitos, éste encierra una realidad a la que se intenta dar explicación, que no es el caso comentar aquí. Sin embargo sí podemos aplicar el mito a la situación insoluble en que se encuentra el papa Francisco.
Francisco se encuentra ante la cuestión clave de dar respuesta a los retos en que la Iglesia se encuentra: la desafección de grandes masas de población, principalmente en el Occidente desarrollado, que dejan las iglesias vacías; la contestación interior; la elección entre dos posibles vías de solución quizá ambas sin salida; la desbandada de cenobios, conventos y seminarios... Incluso lo que a él afecta, la evidente mengua de oyentes en la Plaza Bernini.
Tenemos dos casos paradigmáticos: los países más acendradamente católicos, considerados por el Vaticano como pilares o valladares de la fe, España y Polonia, se están convirtiendo en desiertos de fe, con multitud de centros vacíos, inútiles o infra utilizados. El hartazgo del pasado, 99% de asistencia parroquial, es ahora dieta de adelgazamiento, hasta el punto de que apenas si un 15% cumple regularmente con los preceptos dominicales. Añádase a ello el hecho de que los rapapolvos obispales o papales se pasan por el filtro de la contestación inmediata, cuando no de la rechifla.
Francisco mira a la esfinge, que ahora son el pueblo, tanto el fiel como el desafecto, y el clero. Está perplejo. No sabe todavía la pregunta que la Esfinge le va a formular. O, sabiendo la pregunta, no se le ocurre respuesta alguna. O “evidentemente” sí la sabe, pero tiene miedo de responder porque le va en ello la vida. Y se acerca a la esfinge y recula, flaquea o se enardece a sí mismo con proclamas populistas...
El asunto que la Esfinge le va a espetar es ni más ni menos si sabe cómo poner coto al despoblamiento de la Iglesia y al abandono de la fe católica de amplias capas de población. Asunto controvertido éste. Es un dilema aunque quizá pudiera haber una tercera vía que papas, obispos y clero bajo desconocen.
En la Iglesia unos proponen la vuelta a los orígenes, a los fundamentos, a la práctica secular de la liturgia, al conocimiento y práctica del Catecismo tridentino, a vestir la indumentaria que les distingue, a rezar el rosario a diario, a confesar y comulgar... como formas necesarias de practicar la fe y servir de ejemplo a la sociedad. Y Francisco no sólo no es el más adecuado para estos tiempos funestos sino que él mismo se erige en portaestandarte de la ruina de la Iglesia.
Los otros recurren al espíritu del Concilio Vaticano II, al aggiornamento, a la inserción en la sociedad (¿cómo?), a seguir las corrientes progresistas (confusión de progresismo con izquierdismo). ¿Habría una tercera vía?
Afirman que el Vaticano II marcó la vía a seguir para “incardinarse” en el mundo. Pero incluso en su momento, años 70 y 80, a la vista de los resultados, no supieron cómo. Y todo se fue en fuegos fatuos.
Tampoco ahora parecen saber en el Vaticano cómo hacerlo. Todos recordamos la efervescencia no tanto religiosa cuanto social que se produjo en la Iglesia: unos asumieron ideologías de izquierdas pensando que había que liberar a los pobres por el camino y medios que fueran (los resultados, sobre todo en Hispanoamérica, ya se saben cuáles fueron); otros se convirtieron en curas obreros, más obreros que curas, asumiendo sus deberes pastorales a tiempo parcial; otros se tornaron intelectuales de la liberación... Vino un papa polaco y extirpó de cuajo tales deliquios. O tales vientos murieron por consunción.
Estos mismos han visto en Francisco la “tertia via” de renovación eclesial. Consecuentes con este pensamiento, los hay que, diga lo que diga Francisco o haga lo que haga, están enardecidos por el nuevo espíritu que este papa ha traído: ocultan o pretenden no ver los patinazos que ha dado; afirman sin pudor que éste es el mejor papa que la historia ha parido; el que la Iglesia necesitaba en estos momentos; que siempre por su boca hablará el mismísimo Dios; que aquellos que lo denuestan no merecen llamarse miembros de la Iglesia sino hijos de un oculto Satanás.
Ambos, tradicionalistas o progresistas, no son sino contertulios discutiendo si quienes se acercan son galgos o podencos. Y discuten el porqué del despoblamiento de los templos, de si reunirse en un recinto es la mejor forma de acercase a Dios, de si los ritos son necesarios o no, de si la Iglesia es fiel a su pasado y a sus principios, de si hay que desprenderse o no de tanta parafernalia de doctrina, sacramentos, hábitos (rituales y vestimentales) y demás zarandajas sagradas.
Y los galgos o podencos se acercan arrasando el campo de las prácticas religiosas cuando no de los dogmas. Y llevándose por delante a Franciscos y franciscanas.