Es verdad porque así lo creo.
| Pablo Heras Alonso
Con frecuencia me he visto interpelado respecto a afirmaciones categóricas dadas por verdaderas con un pregunta recurrente: “¿Y eso cómo lo sabes?”.
Todos estamos convencidos de que no podemos dudar de todo. Y también, de que estamos seguros de muchas cosas que creemos ciertas. Sin estas dos premisas, no podríamos caminar por la vida. Entrar en mayores profundidades puede servir para ciertas filosofías que van del cartesianismo al nihilismo pero poco útiles para la vida en la que a diario nos vemos sumergidos.
Cuando queremos elucubrar en términos generales respecto al conocimiento de algo, superando eventos normales, nos encontramos con el binomio recurrente de certeza frente a ignorancia, de verdad frente a mentira, de lo objetivo frente a lo subjetivo… y similares.
La certeza y la verdad son términos que, en el trasfondo del conocimiento, se suelen intercambiar: uno está cierto de algo que objetivamente es verdad. En muchos contextos de la vida no hay problema en ello y tiene sentido pensar que ambos términos son sinónimos: “Creo lo que es verdad y lo creo porque es verdad".
Sin embargo no lo son en ciertos ámbitos, especialmente en el de las opiniones y en el de las creencias. La certeza de algo que “se cree” –me sitúo en el ámbito religioso— no puede ser sinónimo de verdad. Por su parte, quien siente que es cierto lo que cree, refuta al contrario con la misma razón: nadie puede negar la verdad de lo que se cree.
Y en esta tesitura nos encontramos con un hecho novedoso, cual es que la certeza tiene que ver con la actitud del sujeto que considera una proposición verdadera para él. La verdad que él cree produce en él certeza. ¿Pero tal certeza es objetivamente verdad?
Deducimos, entonces, que existen las certezas subjetivas, pensando a la vez que deben existir certezas objetivas. En el caso de las creencias religiosas no puede existir confrontación ni distinción alguna: las certezas religiosas son todas subjetivas, por más que los rectores de la fe prediquen que son objetivas.
¿Y no atisban siquiera que, si así lo fueran, necio en grado sumo sería quien negara sus convicciones subjetivas a sabiendas de que tienen sustrato objetivo? Es decir, no se podrían negar, so pena de caer en el error.
De la convicción sobre una certeza, surge la proposición, la oración, el verbo. La verdad se convierte entonces en una propiedad de la oración expresada. Las oraciones son verdaderas o falsas y la verdad o falsedad se predica de ellas.
Curiosamente la certeza puede admitir grados; en cambio la verdad, no. Uno tiene cierto grado de certeza hacia sus creencias, que, como decimos, son verdaderas o falsas, pero no son verdaderas o falsas “per se” en cierto grado.
Ante una proposición, el uno tiene la certeza de que es verdad; el otro, sin embargo, afirma su falsedad. Y la verdad o la falsedad están ahí, impertérritas, sin poderse integrar la una en la otra.
¿Cómo llegar a la situación co-extensiva de que certeza y verdad son coincidentes? Hay quienes se engañan pensando que los elementos del conjunto de las verdades podrían ser elementos del conjunto de las certezas, aceptando la cláusula según la cual todas las verdades han sido alguna vez pensadas y creídas con certeza absoluta.
Pues no: la verdad ni es histórica ni es numérica. De algún modo la certeza tiene que ser sinónimo de verdad. El modo de llegar a ello ya sabemos cuál es (o no), pero muchos, por defender la certeza de su falsedad, no se atreven a aceptarlo.
-- “Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos. Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho”.
-- Durante mucho tiempo, las úlceras eran atribuidas al estrés, la personalidad, el tabaco o la genética. Y el único tratamiento era neutralizar el ácido gástrico. Dos investigadores australianos, Robin Warren y Barry Marshall, identificaron en 1982 la Helicobacter Pylori como la culpable.
Dos creencias subjetivas. Dos grados de certeza.