"Es tiempo de escuchar de nuevo el lenguaje de la tierra y de dejarnos conducir por el Espíritu hacia una conversión" Roma, Alcalá e Iguazú: la justicia hará brotar ríos y semillas de paz

Cuidar la creación es cuidar a la humanidad. No hay justicia climática sin justicia social. La defensa del aire, de los ríos y de la biodiversidad es inseparable de la defensa de los niños que mueren de hambre, de los migrantes expulsados por sequías e inundaciones, de los pueblos que claman por vivir en paz
Cada año, del 5 de septiembre al 4 de octubre, celebramos el Tiempo de la Creación, un espacio ecuménico donde la oración y la acción se entrelazan como raíces de un mismo árbol. Es tiempo de escuchar de nuevo el lenguaje de la tierra y de dejarnos conducir por el Espíritu hacia una conversión
El clamor de la Tierra
La tierra gime. Los ríos arrastran heridas invisibles, los bosques guardan silencios – entre cenizas actuales- donde antes cantaban aves, y los glaciares lloran su lenta desaparición. El aire lleva consigo el clamor de los pobres, de los pequeños, de las criaturas desplazadas. Y en medio de este lamento, la Iglesia proclama con esperanza: “El producto de la justicia será la paz” (Is 32,17).
Cada año, del 5 de septiembre al 4 de octubre, celebramos el Tiempo de la Creación, un espacio ecuménico donde la oración y la acción se entrelazan como raíces de un mismo árbol. Es tiempo de escuchar de nuevo el lenguaje de la tierra y de dejarnos conducir por el Espíritu hacia una conversión.
La liturgia del río y de las cataratas
Participé en los actos en Alcalá de Henares, junto al río Henares, con la diócesis que celebró un paseo contemplativo: rezando con los pies sobre la tierra, recogiendo la basura que hiere el paisaje, plantando un olivo como símbolo de paz. Allí, el obispo Antonio Prieto –insistiendo en la siembra de semillas de vida y esperanza– presidió la Misa por el Cuidado de la Creación, aprobada por el papa León XIV, en comunión con la comunidad ortodoxa.
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Evoqué en la noche el otro extremo del mundo, las Cataratas del Iguazú americanas que se transformaron en altar natural donde el obispo Nicolás Baisi presidió la Eucaristía de este dia. El estruendo del agua recordaba que todo don procede del manantial de la vida. Allí se honró a los guarda bosques que murieron defendiendo la selva misionera. Y resonó la pregunta de san Agustín: “Míranos, somos bellas… ¿quién las ha hecho sino la Suma Belleza?”.

Ese lugar me trajo a la memoria las reducciones jesuíticas del siglo XVIII, retratadas en la película La Misión (Roland Joffé, 1986). Entre la bruma de Iguazú, la liturgia por la creación prolonga aquel clamor: el Evangelio no puede desligarse de la defensa de la tierra y de los pueblos que la habitan.
Un jardín en Roma
En Roma, el papa León XIV inauguró el Borgo Laudato Si’ en Castel Gandolfo: un espacio de espiritualidad, formación y cuidado de la creación. Es un gesto profético que recuerda que el cuidado de la tierra no es accesorio, sino parte esencial de la fe.

Como proclamaron juntos Francisco, Bartolomé y Justin Welby: “Hemos heredado un jardín; no debemos dejar un desierto a nuestros hijos”. Justo a los 1700 años del Credo de Nicea que confesó a Dios como creador de cielo y tierra. Y el papa León XIV recordó con fuerza: “La justicia ambiental no puede ser un concepto abstracto. Es una cuestión de fe y de humanidad. Es hora de pasar de las palabras a los hechos”.
La guerra y la esperanza
El profeta Isaías habló de fortalezas derrumbadas y ciudades desoladas (Is 32,14). Sus palabras suenan actuales ante guerras, incendios, migraciones climáticas y océanos llenos de plásticos. La guerra contra la creación es también guerra contra los pobres.
Pero Isaías anuncia también esperanza: “Hasta que desde lo alto el Espíritu sea derramado… entonces el desierto se volverá un campo fértil” (Is 32,15). Esa es la certeza cristiana: el Espíritu puede renovar la faz de la tierra.
Conclusión: hacia un nuevo cielo y una nueva tierra
La ecología integral nos recuerda que no hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socioambiental. La vida de los bosques y la dignidad de los pobres son parte de la misma herida; el agua que se contamina es la misma que quita la sed a los pequeños; la tierra que se degrada es la misma que debería alimentar a los hambrientos.

Cuidar la creación es cuidar a la humanidad. No hay justicia climática sin justicia social. La defensa del aire, de los ríos y de la biodiversidad es inseparable de la defensa de los niños que mueren de hambre, de los migrantes expulsados por sequías e inundaciones, de los pueblos que claman por vivir en paz.
El Tiempo de la Creación es profecía y promesa: “El efecto de la justicia será la paz” (Is 32,17). Paz entre los pueblos y paz con la tierra. Paz que nace cuando dejamos de explotar y aprendemos a cultivar, cuando sustituimos la codicia por la gratitud, cuando descubrimos que la tierra no es un botín, sino un don compartido.
Desde Alcalá, con un olivo recién plantado; desde Iguazú, con el rugido del agua que proclama la gloria de Dios; desde Roma, con un jardín que se abre al futuro, brota la misma certeza: el Espíritu está renovando la faz de la tierra.
Y entonces, como en la visión del Apocalipsis, veremos “un cielo nuevo y una tierra nueva” (Ap 21,1), donde la creación y la humanidad, reconciliadas, podrán cantar juntas el shalom de Dios: la paz plena que abraza ríos y pueblos, montañas y ciudades, el bosque y el corazón humano.
Jose Luis Pinilla s.j.