Lamento ante el Cuerpo de Jesús



Visitar el museo de San Marcos en Florencia es hacer una auténtica peregrinación interior a la vida y misterios de Jesús, María y de los santos. El Beato Angélico como popularmente se conoce a este dominico, Guido di Pietro, tiene una forma de plasmar sus escenas que me invitan al recogimiento y a la oración.

Es tanta la unción que encierran sus pinturas que sin duda durante la ejecución de sus obras estaba en profunda meditación. Hoy, Viernes Santo, quiero invitar a todos los lectores de nuestro blog a contemplar la escena del "Lamento por Cristo muerto" descendido de la cruz.

No es una imagen real de lo que fuera el descendimiento de Jesús de la cruz, pues el autor pone alrededor de su cuerpo inerte muchos personajes que no son contemporáneos al acontecimiento. Pero Fray Angélico sitúa a los que en otras épocas fueron amigos del Maestro por su santidad como lo fue San Juan evangelista, José de Arimatea, María Magdalena y pone en primer plano, claro está, a María, la Madre de Jesús, que se convirtió al pie de la cruz en madre de los creyentes, y para muchos judíos en la madre de un ajusticiado.

El cuerpo de Jesús extremadamente estilizado para que quepan todos los personajes, no es el cuerpo pesado de un muerto, los ojos cerrados irradien una luz que sale de su interior. Parece como si no estuviera muerto, no lleva corona de espinas es como si ya se entreviera lo que va a suceder al tercer día. El velo más que un sudario, es un fino lienzo sostenido por los personajes que rodean el cuerpo preciado de su Maestro, todos quieren participar en el último momento de homenaje del cuerpo de aquál que significó tanto para ellos.

Entre los personajes, el que está de espaldas, con su túnica verde, destaca sobre los demás. Nada pueden ni los tonos rojos ni los tonos oscuros de los demás. Debajo del cadáver de Jesús, surgen hierbas y algunas pequeñas flores, al igual que en el árbol que se encuentra a nuestra derecha. Todo apunta a una primavera. El manto de la Virgen azul oscuro, como la noche del Viernes.

En los extremos destacan dos Santos de la misma época y que la iconografía y la historia suele colocar juntos: San Francisco de Asís, el “poverello”, tan amante de Jesús que lo llevó a despojarse de todo para seguir a Jesucristo en la humildad y la pobreza. Y al otro, Santo Domingo de Guzmán, el contemplador de la Palabra, el que recorrió caminos incansablemente para anunciar el amor y la misericordia de Dios. De su boca sale una frase: “Jesucristo amor mío crucificado”.

Al fondo y en el centro, aparece la cruz. “Mirad el árbol de la cruz” canta el celebrante cuando entra en la iglesia con una cruz e invita a los asistentes a dirigir la mirada hacia ella y a lo que la asamblea responde: “Venid y adorémosle”. Detrás de la cruz la escalera que sirvió para descender el cuerpo de Jesús. Me sugiere las gradas que hay que subir para llegar al cielo. En nuestra vida si queremos llegar al encuentro definitivo con Cristo Jesús hay que pasar por la cruz y aprender a abrazarse a ella como lo hizo Él. Me pregunto, ¿hasta que punto acepto y me abrazo a la cruz como la hiedra se agarra a lo que encuentra para trepar?

Al fondo de todo Jerusalén amurallada; la ciudad que no quiso acogerlo y a la vista de la cual Jesús lloró: “Jerusalén, Jerusalén cuantas veces he querido acogerte como la gallina acoge sus polluelos bajo sus alas, pero tu no has querido”. ¿Cómo lo acojo yo cuando viene a visitarme con la cruz? Jesús muere fuera de sus murallas porque no muere por unos pocos sino por todos.

Pero lo que más me admira de esta pintura y me lleva a la oración, es la actitud de todos los personajes: Todos tienen una actitud de adoración, ante el misterio de la muerte de Jesús se inclinan ante quien dio la vida para que tengamos vida. Pienso que esta debe ser nuestra postura en este día: Gratitud, adoración por el don tan grande de la Redención.

El Viernes y el Sábado Santo son días de espera hasta llegar a la noche del Sábado, la noche de Pascua en la cual se entonará de nuevo el Aleluya y volarán las campanas para anunciar que Cristo está vivo, su muerte fue un paso para la vida en plenitud. Texto: Hna. María Nuria Gaza.
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