CARTA DEL JEFE SEATTLE. Reflexiones desde la fe (y 3)

Hemos escuchado y leído, en las dos páginas precedentes, la profética voz de Seattle (pulsar el post 1 o el post 2), acusando a los colonizadores del Oeste americano de avidez y explotación. Lo que más le duele es que profesen fe religiosa, que adoren a Dios y maltraten su creación.
LA AVIDEZ Y EL EGOÍSMO, INDIVIDUAL Y COLECTIVO, SON CONTRARIOS AL ORDEN DE LA CREACIÓN
Si Dios creó a hombres y animales, todos somos hermanos. Poeta de una naturaleza misteriosa y sagrada, no se cuestiona el Jefe amerindio la existencia de Dios: la vive como evidencia. Y da un tirón de frac, o de sotana, a quienes negocian a la sombra de la divinidad. Recordemos sus palabras:
"El hombre no tejió la trama de la vida. Él es sólo un hilo. Lo que hace con la trama, se lo hace a sí mismo. Ni siquiera el hombre blanco, cuyo Dios pasea y habla con él de amigo a amigo queda exento del destino común. Después de todo quizá seamos hermanos. Ya veremos. Sabemos una cosa que quizá el hombre blanco descubra algún día: nuestro Dios es el mismo Dios.
Vosotros podéis pensar que ahora Él os pertenece, lo mismo que deseáis que vuestras tierras os pertenezcan. Pero no es así: Él es Dios de todos los hombres y su compasión alcanza por igual al piel roja y al hombre blanco. Esta tierra tiene un valor inestimable para Él. Si se daña, se provocará la ira del Creador. También los blancos se extinguirán. Quizás antes que las demás tribus. El hombre no ha tejido la red de la vida. Sólo es uno de esos hilos y está tentando a la desgracia si osa romper esa red. Todo está ligado entre sí, como la sangre de una misma familia."


PRESENCIA VIVA DE DIOS EN LA NATURALEZA
Recobremos el hilo lúcido del Jefe Seattle, voz que clama en el desierto de un capitalismo sin alma:
"Si ensuciáis vuestro lecho, cualquier noche moriréis sofocados por vuestros propios excrementos. Pero vosotros caminaréis hacia la destrucción rodeados de gloria y espoleados por la fuerza de Dios, que os trajo a esta tierra y que por algún designio especial os dio dominio sobre ella y sobre la piel roja. Este designio es un misterio para nosotros pues no entendemos por qué se exterminan los búfalos, se doman los caballos salvajes, se saturan los rincones secretos de los bosques con el aliento de tantos hombres y se atiborra el paisaje de las exuberantes colinas con cables parlanchines. ¿Dónde está el bosque espeso? Desapareció. ¿Dónde está el águila? Desapareció. Así se acaba la vida y sólo nos queda el recurso de intentar sobrevivir."

El único Dios de todas las religiones ha creado el mundo, y herir, matar cualquier vida es atentar gravemente contra su más alto Valedor. Presencia viva de Dios en la naturaleza, que exaltan místicos y almas de fe:“Todos cantan tus alabanzas / florecen huerto y jardines... / Aquellas rosas que Tú contemplas / no se marchitan, oh Dios mío...”; así se expresaba Yunus Emre, místico sufí. Como Rumi, que también descubre a Dios en los pequeños gestos de cada día: “Cuando sediento bebo agua / en el agua veo la imagen de Tu rostro...”.
Similar experiencia amorosa por el templo de la naturaleza refiere Juan de Yepes (Cántico espiritual). Paseando por la naturaleza, se dirige al Esposo con anhelo y torpeza: “Y todos cuantos vagan / de ti me van mil gracias refiriendo, / y todos más me llagan / y déjanme muriendo / un no sé qué que quedan balbuciendo...”
Voces de fervor se escuchan por los montes, los valles, el mar..., nacidas de temblorosos labios de adoración. Escribe Ernesto Cardenal:
“Las urracas y chocoyos hablan de Dios, y es Dios quien les enseñó a hablar. Todos los animales que cantan al amanecer, están cantando a Dios. Los volcanes, las nubes y los árboles, nos hablan a gritos de Dios. Toda la creación nos grita estridentementee, con un gran grito, la existencia y la belleza y el amor de Dios. La música nos lo grita en los oídos, y los paisajes nos lo gritan en los ojos”.
No siempre nos habla Dios en voz baja, a veces se comunica en vozarrón.Su creación es libro abierto para analfabetos, misiva personal de amor para cada uno de nosotros. Ungido de devoción, explica Cardenal:
“La hierba verde es un pañuelo oloroso con las iniciales de Dios en una esquina -como dice Whitman-, que Él ha dejado caer intencionalmente para que lo recuerden. Así es como entienden los santos a la naturaleza, y así es como la entendió Adán en el paraíso (y los poetas y los artistas la entienden también en cierta medida y en ciertos momentos, como Adán y como los santos).”
