Psicología de Jesús. 2. Método y sentido básico (A.Vázquez).

Principio
Dentro de las dificultades que se nos presentan para un estudio psicológico de la personalidad humana de Jesús, comenzamos por valorar el gran esfuerzo hacho por los cristólogos modernos, con la utilización de métodos científicos, sea de crítica literaria, sea de crítica histórica de los textos bíblicos y los pocos estrabíblicos que nos hablan de Jesús de Nazaret: no podemos prescindir de ellos. Expondremos, a continuación el sentido de nuestras anotaciones psicológicas.
2.1. EL JESÚS DE LA HISTORIA Y UN ESTUDIO PSICOLÓGICO DE JESÚS
Ya en algunos de los trabajos anteriormente citados, se pueden percibir dificultades y limitaciones con las que se encuentran los psicólogos cuando intentan abordar algún aspecto de la personalidad de Jesús, teniendo que buscar estrategias metodológicas que les permitan, siempre indirectamente, acercarse a él y captar alguna de sus manifestaciones como una especie de reflejo especular. Pero, lo que nos parece inevitable es contar previamente con el trabajo de investigación que la crítica histórica y literaria ha llevado a cabo y sigue haciendo, como una ayuda imprescindible para no confundir al Jesús de la historia con el Jesucristo de la fe, por muy inseparables que aparezcan en los textos que nos van a servir de material de análisis. Tenerlos en cuenta no significa, para nosotros, necesariamente ceñirnos de un modo estricto al modelo hermenéutico de este o aquel autor de moda, sino, de forma seria pero flexible, tomar aquello que parece tener el mayor consenso entre los investigadores. Además los criterios para ciertos aspectos psicológicos de la figura de Jesús no tienen por qué coincidir siempre con los que utiliza el método histórico-crítico, preocupado especialmente por "hechos externos"; mientras a la psicología le interesan las "vivencias y experiencias internas" y "la significación subjetiva" de los hechos y acontecimientos. Tomaré, en concreto, como guías a tres autores: Fitzmyer, Pikaza y Peláez, autores sucesivamente: de un Catecismo cristológico (Fitzmyer, J. A., 1997), de un actualísimo Manual de Cristología (Pikaza, X., 1997) y una reciente síntesis del ya recorrido largo viaje hacia el Jesús de la historia (Peláez, J., 1999).
Fitzmyer nos recuerda que existen tres clases de material-fuente, digamos, en los textos bíblicos sobre Jesús, que corresponden a tres fases de tradición evangélico-eclesial: la I correspondería al tiempo en que vivió y actuó Jesús hasta alrededor el año 33, tomando como objeto lo que él hizo y dijo; la II comenzaría después de la muerte de Jesús, la fe en su resurrección y la predicación o kerigma, durante la cual los recuerdos anteriores se habrían fundido con la nueva imagen de la fe en cuanto Señor y Cristo resucitado de tal modo que más que la precisión sobre acciones y palabras les importaba a los predicadores transmitir su fe en él, adaptándolas a sus oyentes; finalmente, la III, se desarrollaría a partir de los escritos de los evangelistas, entre aproximadamente los años 65 (Marcos) a 90 (Juan), pasando por el 80 (Mateo, Lucas), si bien ya en la fase II habría ciertos escritos, como es el caso admitido de la llamada fuente Q en griego, anterior al menos a Mateo y Lucas, que la habrían utilizado. Por tanto, podremos concluir, según esta línea de investigación, que serían un error confundir la fase III con la I, tomando ingenuamente la literalidad de los textos evangélicos como directamente expresivos de acciones y palabras del propio Jesús, cuando, en realidad, "son testimonio de cómo se predicaba a Jesús, durante los años 30, 40 y 50". Se nos impone, pues, un esfuerzo de deconstrucción para aproximarnos, por sucesivas reducciones, desde las narraciones evangélicas hasta la fase primera de los acontecimientos.
¿No podremos entonces valernos de los relatos evangélicos para saber algo del Jesús histórico? Sí, nos responde al autor, siempre que tengamos en cuenta que "lo que los evangelios nos presentan de la fase I ha sido filtrado a través de la tradición de la fase II y el proceso selectivo, editorial y explicativo de la fase III"; ahora bien, aunque nos ofrezcan más bien el modo en que se presentaba al Jesús de la fe, en los comienzos del cristianismo, lo que narran sobre lo que hizo y dijo Jesús "puede estar basado en algo que él había dicho [e hizo], pero ese "algo" hay que descubrirlo en cada caso, con métodos de crítica formal y redaccional" (Fitzmyer, J. A., 1997, 28-31). Nosotros, sin pasarnos de optimistas, pensamos que podemos quizás extraer de ese algo ya descubierto otro algo psicológico, allí "implícito", sin pretensiones estrictamente científicas.
Por lo que toca a Jesús Peláez, en las "reflexiones finales" de su largo viaje de síntesis, a través de las tres etapas, hacia el Jesús de la historia, entendido como el conocimiento que tenemos de él, gracias a la historiografía y otras ciencias humanas, y después de abogar por unión convergente y complementaria de las líneas vectoriales de investigación, analítico-literaria e histórico-sintética, afirma que hoy parecen superadas tanto la primera ingenua y precrítica aceptación de los evangelios como documentos históricos, como el rechazo total, en una especie de reacción, ideológicamente prejuiciada e hipercrítica, por la llamada ley del péndulo, y "en los últimos tiempos, los evangelios han recuperado cierto grado de credibilidad histórica y se consideran la plataforma válida para acceder al Jesús de la historia, aunque no lo suficientemente amplia como para poder escribir su biografía". Se trataría, si somos capaces de situar bien el texto del relato de las acciones y palabras de Jesús en su verdadero contexto, podríamos reconstruir las coordenadas que nos permitiese "dibujar al menos las grandes actitudes que caracterizaron su persona", y, suministrándonos "sólidos indicios de lo que fue su estilo de vida, sus actitudes, gestos y palabras…, ayudarnos así a penetrar algo en su conciencia. Paradójicamente –añade-, la contribución más clara a la cristología de Jesús mismo proviene menos de las declaraciones formales de éste que de sus comportamientos".
El autor se muestra muy optimista sobre la posibilidad de lograr lo que el llama las grandes actitudes de Jesús, que vendrán implícitas – si no le entiendo mal-, en la propia exposición kerigmática, que reflejan los evangelios, de los primeros predicadores cristianos, que "anunciaban al Jesús muerto y resucitado, y transmitían fielmente al menos el contorno de su figura, resaltando… los rasgos principales de su personalidad". Este núcleo comprendería cuatro rasgos distintivos: "su libertad suprema, su proclamación de la igualdad entre los seres humanos, su apertura universal a todos, especialmente a los excluidos de la sociedad, y su amor solidario, como resultado de sentirse poseído por el Espíritu de Dios-amor a quien llama "Padre" (Peláez, J., 1999, 119-121).
De Xabier Pikaza, en fin, comenzaría aquí por tomarle en préstito su original decálogo biográfico, esto es, los diez rasgos o componentes básicos de la historia del Jesús histórico, si se me perdona esta expresión, que constituirían una totalidad gestáltica, denominada por él biografía fundante: profeta escatológico, mensajero de Dios; sabio en el mundo, experto en humanidad; poderoso en obras, sanador y/o carismático; servidor de la mesa común, pan compartido; creador de familia; discipulado y comunión; testigo de Dios, el Padre de Jesús; superador de la ley, el desafío de la gracia; mártir en Jerusalén; muerte de Jesús; Dios le ha resucitado, Pascua cristiana; Dios con nosostros, el Cristo de la Iglesia. Sólo por su formulación, se puede percatar el lector de la riqueza de su contenido. “No todos [estos rasgos] se encuentran igualmente atestiguados, pero forman un conjunto coherente, siendo evocados por gran parte de los investigadores de esta tercera búsqueda del Jesús histórico. Están relacionados entre sí… y han de entenderse de modo conjunto, pasando del primero (profeta hasta los últimos (muerte, pascua, iglesia), conforme a los criterios de continuidad (Jesús sigue siendo judío), ruptura (ha suscitado un movimiento mesiánico distinto) y coherencia (los diversos momentos se implican y escalonan, formando un conjunto)”.
El segundo punto de la historia de Jesús que nos interesa mucho, como psicólogo, es el titulado identidad y conciencia, temas clásicos, retomados ahora desde nuevos y modernos planteamientos, mucho más antropológicos y fronterizos con la psicología. El autor nos expone primero la textura conceptual de su pensamiento. Para definir la identidad de Jesús a nivel de conciencia, comienza con la expresión: hierofanía personal, en sentido de “revelación humana de Dios”. Desde aquí parten los trazos que van a perfilar la configuración definitoria de la conciencia de Jesús, en su doble modalidad: reflexiva o autoconocimiento, y activa o autorrealización; y es precisamente, desde este transfondo, desde donde define la persona de Jesús como “relación fundante, en apertura a Dios y hacia los otros”. Intenta además, según su propia confesión, “vincular de algún modo los caminos de Hegel y Sleiermacher”, atendiendo a la vez, a la dimensión teogénica del autoconocimiento de Jesús desde Dios, y a la egogénica o de autoconocimiento por interiorización personal desde el propio yo de Jesús. Pero advirtiéndonos que “la conciencia de Dios y de sí mismo resulta en Jesús inseparable de la forma de entender a los demás) o de entenderse y realizarse a partir de ellos)”. Pues bien, es desde este fondo, desde donde Pikaza destaca tres formas de conciencia de Jesús, que corresponden a tres modos de encuentro consigo mismo como sujeto personal: teoconciencia o de profundidad, desde Dios; antropoconciencia o de reciprocidad, desde/para los humanos; autoconciencia, de sí mismo en cuanto se ve 'desde el don de Dios y en apertura hacia los otros'(cf.Pikaza, X., 1997, 31-63).
Algunos psicólogos actuales han ido a buscar inspiración en la obra jungiana; tal es el caso de H. Childs (1998), en cuyo estudio pone de relieve, cómo no existen acontecimientos neutros que no estén, de algún modo condicionados por los “mitos” y creencias arquetípicas de cada época, incluida la presente. Sin seguir esta línea jungiana, y queriendo enriquecer y matizar los métodos históricos-críticos, Klaus Berger insiste, en su Psicología histórica del Nuevo Testamento (Berger, K., 1991, en que es preciso estudiar muy detenidamente las representaciones mentales, imaginarias, simbólicas y conceptuales, esto es, el modo de pensar el mundo, el hombre y Dios, sus relaciones mutuas, etc. de las personas del tiempo y lugares en que vivió Jesús y en que se escribieron los textos que hablan de él, para poder hoy captar su significado, en una necesaria confrontación con los componentes diferenciales de nuestro modo de pensar y de actuar hoy. En el caso de Jesús de Nazaret se da además otra circunstancia que viene a complicar todavía esta problemática: es la fe en la resurrección y glorificación de Jesús por Dios, su Padre, y que vino a modificar profundamente, de manera retrospectiva y retroactiva, la imagen del Maestro, las representaciones mentales de sus discípulos, familiares y mujeres que lo acompañaron, visto ahora como el Señor, el Kyrios.
La personalidad de Jesús queda como envuelta y traspasada por esta nueva luz que transfigura sus acciones y palabras, confiriéndoles un nuevo e insospechado sentido, seleccionando recuerdos y rememoraciones que se van muy pronto elaborando en las primeras comunidades cristianas. Psicológicamente, habrá que tener en cuenta también un efecto positivo: los evangelistas y demás testigos cuidarán, a la vez, de respetar su memoria, sin distorsionar, su figura y la significación de sus actitudes, aunque hayan acomodado y dramatizado sus acciones y palabras, cuyo recuerdo continuaba vivo en las comunidades, deseando seguir siendo testigos de Jesús auténtico sin falsear su testimonio. Nos parece que esto no ha sido suficientemente valorado. La propia comunidad cristiana, si, por una parte, idealizó los aspectos más humanos de Jesús, desde la fe en su divinidad y exaltación celeste; por otra, se preocupó de discernir lo que expresaba realmente el modo y estilo de ser y de actuar de Jesús, de las mixtificaciones 'apócrifas', que terminaron por no ser recibidas como auténticas ni de su persona ni de su mensaje.
2.2 SENTIDO DE NUESTRAS REFLEXIONES PSICOLÓGICAS
No pretendemos, pues, en las reflexiones que siguen hacer una psicología de la personalidad humana de Jesús de corte empírico, cuantitativo, estadístico o experimental, ni tampoco clínico, por la imposibilidad de recoger datos, sea a través de sus respuestas a un test proyectivo o a un inventario de personalidad, o dentro de una entrevista; o sea contando con un diario íntimo suyo; pero ni siquiera valiéndonos de testimonios directos de padres, familiares o amigos que hayan vivido con él y aporten material directamente relacionado con sus rasgos de personalidad, temperamento y carácter. Ignoramos incluso cómo era su manera de andar o de mirar, ni de qué color tenía los ojos y el cabello, porque todo ello no era objeto de interés para quienes nos dejaron, en cambio, un increíble perfil espiritual de cómo experimentaban su presencia viva los que creyeron en él y celebraban su memoria.
Centraremos, por consiguiente, nuestra exposición en la figura de Jesús vivida por las primeras comunidades cristianas, tal como aparece en los textos evangélicos, en los que se refleja su personalidad humana como uno de los polos, distinguible pero inseparable, del otro polo de misterio divino que confiesa la certeza de su fe en la resurrección, para quienes creen en él.
Fieles al principio de exclusión de transcendencia, pondremos entre paréntesis el contenido de esta fe, pero nos será imposible hacerlo con su dimensión psicológica incidiendo efectiva y dinámicamente en la configuración de la propia figura humana de Jesús, de sus hechos y dichos en los evangelios narrados. Intentaremos simplemente, a través de una hermenéutica inspirada en la psicología de la religión y psicolingüística aplicada a la narrativa evangélica, entresacar una madeja de hilos de información que nos permitan entretejer un esbozo de perfil o retrato robot de lo que pudo ser, en los breves años de su vida pública, su psicohistoria. Nuestro presupuesto básico es que, en dichas narraciones existe, en un estado como de realidad virtual, un esbozo de psicología implícita de Jesús.
La malla de este bordado o textura de fondo es un modelo antropológico y antropogenético de carácter dinámico-constructivo e interactivo, dentro de una comunidad humana, según el cual la personalidad se va constituyendo y edificando, en una psicohistoria, cuyos componentes son: acontecimientos (físicos, psíquicos o sociales), vivencias y narraciones. Entre estas últimas ocupa un lugar destacado; en la creación de sentido, el se dice, esto es, todos los mitos y creencias, fruto en general, por una parte, de una larga tradición acumulada, y, por otra parte, de novedades actuales y de esperanzas inmediatas, que confieren sentido profundo, a la existencia de un grupo en un lugar y tiempo determinado y de lo que apenas se tiene conciencia. En el caso de Jesús, la inmensa riqueza del pasado de Israel y la irrupción de uno irresistible anhelo de liberación mesiánica, largo tiempo esperada y exacerbada por la denominación extranjera de los romanos; en un pueblo en gran parte empobrecido y subyugado.
Pero, sobre todo, lo que se dijo de él: ¡Dios lo ha resucitado! Actúa retroactivamente re-configurando todo su pasado: acciones y palabras de Jesús cobran una significación divina que sin anular el sentido anterior humano, lo eleva y transforma, pasando de un Jesús, “Evangelio hecho persona” a un Jesucristo cuyas acciones y palabras con de “Dios en persona”, es decir, “teofanía escatológica, plenitud de Dios”, según felices expresiones de Xabier Pikaza. (Pikaza, X., 1997, 74, 101).
Refiriéndose a los investigadores en cristología, que gravitan entre una teología ascendente y otra descendente, les advierte Vergote: “Interpretar el Jesús de Nazaret histórico como un hombre ante Dios nos parece desconocer tanto la forma y el contenido de sus palabras como entender sus palabras cual si fuese pronunciadas por una persona divina” (Vergote, A., 1990, 33).
Pero todo lo anterior ocurrió después de su muerte. Mientras vivió Jesús, se dijo de él cosas muy diversas y contradictorias, quizás ya desde su propio nacimiento o incluso antes, como parece quedar indicios de ello en los textos que llegaron a nosotros. En todo caso, desde que comenzó su vida pública es evidente que la gente decía cosas de él: unas grandemente elogiosas y otras terriblemente negativas, como que ha perdido el juicio o que tiene ocultas connivencias con Satanás. En cuanto a los decires sobre la propia identidad de Jesús -“unos dicen que Juan el Bautista, otros que Elías…”-, nos recuerda Berger que para la comprensión psicológica de estos textos es necesario olvidarnos de nuestros conceptos actuales y sustituirlos por el modo de pensar de los judíos en los tiempos de Jesús: para ellos pongamos por caso, la identidad teológica de un sujeto puede venir dada de múltiples modos, sabiendo que el “espíritu” o “la sustancia de una persona puede retornar” a otra totalmente o en parte (Berger, K., 1991, cap. 2).
Finalmente, para nuestro propósito nos importa saber lo que dijo él verdaderamente; pero esto sólo nos es posible saberlo a través de lo que otros dijeron que dijo, sin preocuparse la mayor parte de las veces, de la literalidad de sus dichos, sino de su significación dentro de un contexto, que puede variar de un narrador a otro. Con todas estas carencias de informaciones sobre la psicología de Jesús, contamos con unos relatos, extremadamente interesante y únicos en su género. “Los evangelios, en efecto, lo hacen revivir en múltiples perfiles, y nosotros lo vemos y entendemos en el contacto de todo lo que compone lo esencial de la existencia: los gozos y los dolores de los hombres, el mal y la bajeza de la traición o de la locura, la amistad y el trabajo, la soledad y la muerte… Se le sigue en la confrontación con los ricos y los pobres, los marginados y poderosos, revolucionarios y autoridades de la religión establecida. Cada uno de estos episodios solicita nuestro espíritu interrogativo” (Vergote, A., 1960, 6-7).
Daremos, pues, un voto de confianza a la narrativa evangélica, con todas las anotaciones que los detenidos estudios de crítica histórica y literaria le han hecho, para llevar a cabo una sencilla lectura psicológica de aquello que dicha crítica, en general, suele admitir como propio y peculiar de Jesús; pero sin limitarnos a ello. Pensamos, en efecto, que, a nivel psicológico podría, tal vez, ser válido también un criterio que podríamos formular así: cuando existe un rasgo de personalidad implícito en un hecho o dicho atribuido a Jesús por un evangelista, que es similar o muy coherente con otro que aparece como propio del Jesús histórico puede ser considerado como fiable, aunque el hecho o dicho narrado no lo sea, desde el punto de vista de los criterios utilizados para la fisicidad de una conducta histórica. Su justificación epistemológica sería, a nuestro parecer, que una cosa es la determinación de la realidad histórica de un acontecimiento y otra muy distinta los rasgos psicológicos y contenidos mentales de un sujeto; y por consiguiente los criterios para determinar los unos y los otros han de ser también diferentes. Por tanto, a pesar de que los criterios de la crítica-histórica no consideren fiable un pasaje afirmado por un solo evangelista cuando le falta el control de otra cita independiente, ¿no podemos suponer, con mucha probabilidad de que, aunque hechos y dichos sean compuestos o recompuestos por el evangelista y su contexto comunitario, pensando en los destinatarios, él haya cuidadosamente respetado la imagen y estilo de ser, actuar y hablar de Jesús, en sus rasgos y actitudes más tipícamente suyas, provenientes de la primera fase de la tradición y fielmente transmitidas? En todo caso, la nuestra quiere ser una psicología mucho más comprensiva que explicativa, y como retazos, con todas, con todas las limitaciones antedichas.
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