PALABRA DE DIOS: ¿CÓMO?

Realizada la lectura de un texto de la Biblia correspondiente a la festividad del día el lector termina interpelando al auditorio con una categórica afirmación -- “Palabra de Dios” -- a la que la plebe fiel responde “Te alabamos Señor”. Parece algo normal, inocuo, algo estereotipado, algo dado por supuesto eso de “Palabra de Dios”, pero ¿qué se quiere decir con eso? ¿Qué entiende el oyente para dar su asentimiento y alabar al Señor que parece que le habla a través de ese texto?

Por si la duda pudiera instalarse en la mente de los fieles, el magisterio eclesial deja bien claras las cosas. En varios concilios -- Florencia, Trento, Vaticano I— se afirma que Dios fue el autor del Antiguo y Nuevo Testamento. Correcto y consecuente con su creencia, pero ¿cómo? El concilio Vaticano I, 1870, dice: “...habiendo sido escritos bajo la inspiración del Espíritu Santo, tienen a Dios por Autor y han sido trasmitidos como tales a la Iglesia”.



Cuando de interpelar sobre si “eso” es “palabra de Dios” o no, nadie mejor que el fiel creyente para dar una explicación suficiente. Sería de suponer. Pero tiene el condicionamiento de la falta de imparcialidad: para él “eso” es “palabra de Dios” sin importar el cómo.

Al resto del personal, nosotros, ajenos ahora a tal sentimiento y a tal entendimiento, se nos pueden ocurrir varias interpretaciones, dejando de lado la afirmación de que la única “palabra de Dios” es el Verbo, el Hijo de Dios que se hizo hombre:

1. Sentido literal: eso que se dice fue pronunciado por Dios y recogido por un escriba, como es el caso de Moisés hablando con el mismísimo Dios en el monte Sinaí.

2. Sentido interpretativo: palabra que Dios inspira a determinada persona, profeta, evangelista o apóstol como se dice en Jeremías en 1, 4.11.13 ó I Sam. 9, 27.

3. Sentido asignativo: Lo que dice o escribe un autor se aplica a Dios, que es la explicación más racional y por lo tanto más creíble.

Con el temor de vernos denostados por contradecir creencias, el pensamiento de quienes nos sentimos ajenos a la asignación de la autoría o inspiración divinas, afirmamos rotundamente que dicha autoría no es la que el Concilio Vaticano I dice, sino al revés. Ha sucedido en todo tiempo: alguien escribe, o dice, o pronuncia, o grita algo que parece sagrado; vienen posteriormente los intérpretes de tales escritos, v.g. padre conciliares, y afirman que eso no se le puede ocurrir a un escritor y asignan la autoría al espíritu de Dios. Todo lo que se pueda explicar “modo humano” sin recurrir a seres extraordinarios es más creíble y por lo tanto más cercano a la verdad

No otro es el proceso de creación literaria: quienes escriben o bien se inspiran en otros o bien interpretan sucesos de su propia existencia o bien relatan hechos de los que han sido testigos o... Jamás se le ocurre a uno inventar entes inspiradores imaginarios. Y la Biblia no es un caso especial de creación literaria.

Aplicado a la Biblia –palabra de Dios—hay otros elementos añadidos a esa explicación racional del proceso creador. ¿Qué decir cuando los filólogos descubren que muchas veces tales escritos pretendidamente sagrados son copia de leyendas anteriores? ¿O transcripción de textos preexistentes? ¿O relatos que circulaban por áreas limítrofes? ¿Inspiración divina? ¿También las numerosas correcciones al primitivo “texto sagrado” son de inspiración divina?

Como en otros asuntos de calado dogmático, topamos con el muro de la fe. Hay quien está dispuesto a creer que Dios habló o inspiró directamente a los profetas. ¿Qué se puede argüir ante eso? Nada. Únicamente ofrecer otras interpretaciones a su credulidad por si alguna de ellas pudiera calar en su cerebro unívoco.

¿Es todo “palabra de Dios”? Inmediatamente quienes han leído algo más de la Biblia deben afirmar que no. Y así, resulta curioso que los que están dispuesto a admitir, por fe, determinados mensajes, hagan caso a su razón al afirmar que determinados textos no pueden ser palabra de Dios. Como si el filtro de tal inspiración, el cacumen del hombre que escribe, fuera un cedazo ciego. ¿Por qué unos textos sí y otros no?

Nos referimos a muchísimos textos que justifican el genocidio, que hablan de la esclavitud como la cosa más normal, o textos donde reluce el más supino desconocimiento de verdades científicas que chocan con la biología, la evolución o la misma geografía.

¿Qué opinar entonces? ¿Unos textos sí y otros no?
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