El mito de la resurrección de Jesús.

Si Jesucristo no ha resucitado, vana es nuestra predicación, vana es nuestra fe, dice Pablo de Tarso a los corintios (I Corintios, XV.14). El argumento es un tanto capcioso, porque se puede interpretar en uno u otro sentido, como que la resurrección de Cristo confirma la fe de los que creen o como que es la fe la que da consistencia a la resurrección. Más todavía cuando dice que si los muertos no resucitan, tampoco Jesús ha resucitado (I Corintios, XV.13)
En todo caso, el meollo de la cuestión estriba en el hecho o la posibilidad de que un ser humano resucite después de haber muerto, para más “inri” crucificado y traspasado con una lanza. Como esto, según las leyes de la naturaleza, es algo imposible –increíble, inverosímil, inaudito e inadmisible-- la resurrección no puede ser objeto de estudio científico, en el caso que nos ocupa, por parte de la Historia. Pertenece al campo de las creencias. El que lo admite y lo defiende se mueve en terrenos totalmente ajenos a los métodos y objetos de la ciencia. Se rige por la fe. Ante la fe, la ciencia calla, se aleja, prescinde.
Hemos de subrayar la diferencia sustancial, cualitativa, que existe entre la persona normal que se guía por los criterios impuestos por la naturaleza y el creyente que se rige por criterios de fe: la persona normal circunscribe la resurrección al mundo de la credulidad, es decir, de la fantasía, sin concederle realidad alguna; el creyente, sin embargo, invade el territorio de lo humano y transfiere sus creencias al reino de la realidad afirmando que la resurrección fue un hecho histórico y sucedido. Ése es el paso que trasciende la creencia y que resulta inadmisible para la persona que se guía por su razón, por su sentido común. Tal afirmación resulta inadmisible. Para la persona normal Jesús no pudo resucitar realmente. Sí lo hizo en la mente de quienes predicaron tal creencia. Y precisamente lo que los creyentes propalan no es un hecho histórico sino una creencia, que buscan sea compartida por el mayor número de prosélitos.
Es cierto que tan humanos son los acontecimientos de la vida como las creencias. Ahora bien, aquéllos, que delimitan el campo de acción de la naturaleza, sirven a todos para actuar, para transformar y para reproducir lo que en la naturaleza sucede; éstas en cambio, las creencias, son elucubraciones de la mente sin correlato alguno verificable con la realidad.
Consecuentes desde el principio con tal credo, los primeros propagandistas cristianos se sirvieron de los medios de difusión a su alcance: la palabra y los escritos. Su predicación se expandió por sinagogas, asambleas, ágoras… pero sólo nos quedan sus escritos, los relatos de tales “hechos”, con la salvedad que la mayor parte de los mismos han sido retocados y revisados una y mil veces. A pesar de ello, precisamente es ése es el único objeto en que la ciencia y la razón pueden hincar sus dientes.
Sólo en los últimos tiempos, cuando la Iglesia ha perdido el control de la palabra, ha sido posible entrar de lleno y en profundidad en el estudio de la Biblia. Durante siglos apartarse de la literalidad de los textos neotestamentarios era realmente suicida, conducía a una muerte segura. El espejo de tal “ambiente” lo tenemos en nuestros días en los adictos de El Corán. Esa suele ser a veces la razón única que sostiene los credos.
El hecho creído de la resurrección es el punto fundamental y vital de la fe cristiana. Sin ello el cristianismo carece de fundamento. Sin ese credo tampoco sería posible comprender el espíritu que animaba a los primeros cristianos, pues la fe en la resurrección es el cimiento donde descansa el edificio de la Iglesia.
Pues bien, dado que constan relatos de la misma, el historiador, el filólogo, incluso el arqueólogo pueden hundir el escalpelo de su ciencia y de sus métodos en dichos relatos, obviando el hecho en sí al que se refieren.
A pesar de ser el hecho fundante del cristianismo, sorprende y es lo primero que salta a la vista, la fragilidad e imprecisión de los mismos. No existe coherencia cuando se cotejan los textos que de tal suceso hablan (si atendemos a la cronología serían primero las cartas de San Pablo y luego los Evangelios de Marcos, Mateo, Lucas y Juan, por este orden).
Si tomamos la Epístola I a los Corintios, en el capítulo XV Pablo relata las sucesivas apariciones: primero a Cefas; luego a los Doce (¿no sabía Pablo que Judas se había ahorcado?); luego a más de quinientos hermanos; luego se apareció a Santiago (¿pero éste no era apóstol también?); más tarde a todos los apóstoles (algo no cuadra en esta relación, porque es de suponer que los Doce son los apóstoles); y el último a él mismo, a Pablo.
Aparte de los paréntesis, algo chirría en este sucinto relato de Pablo: no habla ni del cuándo ni del cómo de tales apariciones, siendo el hecho primordial de la fe; el que se apareciera a quinientas personas no aparece en los evangelios; el orden de tales apariciones tampoco encaja con los Evangelios; además Pablo recalca que Jesús resucitado sólo es visible para quienes tienen fe en él; la aparición a Santiago, que fue jefe de la Iglesia de Jerusalén, no aparece en los Sinópticos.
El siguiente relato “oficial” que ha llegado a nuestros días es el Evangelio de Marcos: las mujeres, son tres, van a ungir el cadáver (¿y Marcos no sabía que el contacto con los cadáveres es fuente de impureza para los judíos?). Tal unción, ya realizada en Betania estando vivo, no aparece en Mateo. Juan dice que fueron José y Nicodemo los que habían ungido el cadáver.
Mateo por su parte dice que un ángel del Señor removió, con estruendo de terremoto, la piedra ante las mujeres, que ahora son dos, en tanto que Lucas y Juan afirman que ya estaba abierta cuando llegaron. En Mateo es un ángel el que refiere la resurrección a ambas mujeres, para, a continuación, aparecérseles Jesús y decir lo mismo; en Juan son dos ángeles, pero sólo están guardando la tumba. La fantasía y el sentido teatral de Mateo son verdaderamente desbordantes.
Lucas, por su parte, en 24.22 contradice a Mateo y Juan: las mujeres no ven a Jesús resucitado. Asimismo, y esto es importante, las apariciones de Jesús se realizan en Jerusalén, no en Galilea, donde Marcos sitúa todas.
¿Qué decir de tales incongruencias sobre hechos señeros relacionados con la resurrección y que debieran estar vívidos en el recuerdo? Opiniones hay para todos los gustos:
--Los creyentes más “sabios” hablan de tradiciones diversas, elaboradas por la imaginación de las comunidades de cristianos que no tenían comunicación entre sí: sabían que Jesús había resucitado, eso era lo importante. Las circunstancias eran lo de menos.
--Los críticos, por su parte, insisten en que tales divergencias demuestran la fragilidad de tales relatos, en la consideración de que este hecho, la resurrección, es la base y fundamento de la predicación cristiana.
--Arguyen los creyentes que precisamente esas diferencias son argumento para confirmar la antigüedad y de la autenticidad histórica de lo que unas generaciones de creyentes han transmitido a otras. La uniformidad sería algo artificial.
--Los híper críticos insisten en lo mismo, en la fragilidad de los relatos, que llevan a considerar imposible el fundamento histórico de tal hecho. No hubo resurrección. En caso contrario el relato de mujeres y discípulos sería más consistente. Un hecho así marca la memoria y la imaginación de los vivos (recordemos que Pablo dijo que, de los quinientos, unos habían muerto pero otros muchos vivían todavía).
Los exegetas bíblicos hablan, escriben y cuentan, pero hay diferencia cualitativa entre exegetas previamente creyentes y exegetas libres o ajenos al credo. Si son creyentes, las más de las veces interpretan los textos al dictado de las doctrinas a confirmar. En asuntos de “credibilidad” científica (no, credulidad) ¿quién goza de mayor grado? ¿Serían más fidedignas las conclusiones de un historiador ateo? Los creyentes dirán que no, que su ciencia está contaminada. ¿Y si el historiador o exegeta de los textos cristianos fuese musulmán?
¿Cómo juzgar la imparcialidad de un historiador que se atreve a introducir su metodología científica en textos que sólo sirven para afianzar creencias?