La ejemplar Ana

Dios Padre, oyó el lamento y vio las lágrimas de esta mujer afligida y se compadeció de ella dándole lo que tanto deseaba: un hijo, al que puso el nombre de Samuel porque se dijo: se lo he pedido a Yahvé.
Cuando Samuel era todavía muy pequeño, Ana subió al templo con un novillo, una medida de harina y un odre de vino. Inmolaron al novillo e hizo entrar el niño en la casa de Yahvé y se lo presentó a Elí, el sacerdote, y lo dejó allí para que estuviera al servicio del templo como acción de gracias por el don que le había hecho Dios de ser madre. Se desprendió por completo de su hijo único.
Este pasaje me hace pensar: ¿Será que todos los padres piensan en el gran regalo que Dios les hace al ser padres? ¿Y si cuando sus hijos son mayores se sienten llamados a la vida religiosa o sacerdotal, les dejan la libertad de seguir su vocación o se empeñan por todos los medios en hacedles desistir de su decisión? A fin de cuentas no son ellos que elijen sino Dios que les llama. Texto: Hna. María Nuria Gaza.Foto: Hna Ana Isabel Pérez.