Creencia no es nivel inferior de cognición ¿Son los ateos más inteligentes?

(Gabriel Wüldenmar, teólogo).- Otra forma de descalificar la religión con argumentos basados en la neuropsicología es sugerir que la creencia en Dios representa un nivel inferior de cognición. La creencia según la cual los ateos serían más inteligentes que los creyentes se ha pretendido apoyar en distintos estudios científicos que adolecen de varios defectos. En primer lugar, no son unánimes: el 16% de los 63 estudios revisados por Miron Zuckerman y otros en su conocido metanálisis de 2003 señalan que los creyentes son más inteligentes que los ateos, aunque el resto, la gran mayoría, indica lo contrario.

Como se trata de estudios sumamente heterogéneos (por lo que difícilmente se pueden reforzar unos a otros), y como, evidentemente, en ciencia no se deciden las cuestiones "por mayoría", está claro que el problema está lejos de haber sido completamente resuelto.

En segundo lugar, estos estudios se basan en definiciones incompletas o inadecuadas: por ejemplo, emplean un concepto sesgado de inteligencia, como un elemento exclusivamente analítico, superado actualmente por otras maneras de concebirla, como la inteligencia emocional o la creativa, más completas (sintéticas) y con mayor valor ecológico (generalizabilidad a la realidad). También emplean un concepto de religiosidad meramente externo (la asistencia a ceremonias, declaraciones que pueden estar mediadas por conveniencias o presiones socio-psicológicas) o incluso inadecuado (fundamentalismo, incapacidad de distinguir la religiosidad profunda y sincera de la meramente nominal), que no hacen justicia a la verdadera espiritualidad.

En tercer lugar, estos estudios utilizan una forma de medida de la inteligencia, el CI, que ha sido objeto de numerosas críticas científicas. Así, el CI mide un solo tipo de inteligencia, no permite discernir entre factores culturales-educacionales y ha servido para justificar "científicamente" todo tipo de falacias. En efecto, la misma medida que sirve para afirmar que los ateos son más inteligentes que los creyentes, se ha usado para afirmar otras estupideces tales como que los blancos son más inteligentes que los negros, que los hombres lo son más que las mujeres, que los occidentales lo son más que los tercermundistas, o que la educación tiene un papel casi nulo en el desarrollo cognitivo. El hombre blanco, protestante y occidental queda así entronizado como el culmen de todas las capacidades (es revelador que el propio Zuckerman reconozca que los resultados de su estudio no pueden generalizarse más allá de la población occidental protestante).

Hoy sabemos que tales diferencias se deben a que los test que miden el CI son sensibles a las diferencias culturales educacionales; así, los colectivos que tradicionalmente recibían menos educación (mujeres, personas de otras razas, de países poco desarrollados) puntúan peor en el CI porque esta medida está adaptada a occidentales cultos, no porque los citados colectivos sean menos inteligentes.

De igual manera, el lobby ateo-positivista-materialista controla, desgraciadamente, el mundo académico (con brillantes excepciones). Entre la élite cultural ha estado de moda el ateísmo; los alumnos más inteligentes están, por razones sociales (tienen más interés en ciencia, están más tiempo recibiendo formación, quieren agradar a sus profesores...), más expuestos al adoctrinamiento académico ateo (se les enseña a deificar la ciencia como única verdad, a asociarla al rechazo de la tradición; las personas más inteligentes suelen ser más inconformistas y críticas y se les enseña a dirigir esos sentimientos contra la tradición en la que, a menudo, han profundizado poco y con la que han tenido una relación meramente formal e instrumental -no viva y personal- fácilmente sustituible por su nueva religión: la ciencia).

Responden tal como se espera de ellos: rechazando la religión (de hecho, se les presiona sutilmente en tal sentido). En cambio, la población académicamente normal no percibe estas presiones (no se implica tanto en la ciencia como para plantearse el conflicto ciencia-fe, no está implicada su carrera ni su vida personal en lo académico, no se forman tanto tiempo), por lo que tienen menos motivos sociales para abandonar su fe.

Así, pues, la supuesta correlación entre religiosidad y menor inteligencia es, en el mejor de los casos, una mera ilusión de origen sociológico. Es como decir que el tamaño de los zapatos correlaciona con la cantidad de conocimientos; es cierto, pero sólo porque en nuestra cultura los niños reciben más contenidos formativos a medida que crecen. Lo que no significa que usando zapatos más grandes las personas se vuelvan más sabias ni que la sabiduría agrande los pies. De la misma manera, ser ateo no te hace más inteligente, ni una mayor inteligencia te convierte en ateo. El propio Zuckerman reconoce en su estudio que "el rechazo de la religión no requiere necesariamente habilidades cognitivas superiores", y así se ha demostrado en otros estudios1. Incluso existen estudios que señalan la presencia de sesgos cognitivos irracionales entre los escépticos2.

¿Es correcta nuestra valoración? La lógica y algunos estudios empíricos así permiten sostenerlo. Según Kosa y Schommer3: "el entorno social regula la relación de las capacidades mentales y actitudes religiosas mediante la canalización de la inteligencia en ciertas direcciones aprobadas: un entorno orientado a lo secular puede dirigirla hacia el escepticismo, un ambiente orientado a lo eclesial puede dirigirla hacia un mayor interés religioso". 

Encontraron que, en un colegio católico, los estudiantes más inteligentes sabían más sobre doctrina religiosa y participaron más en las organizaciones estrictamente religiosas. En la medida en que dicha participación es un indicador de la religiosidad, estos resultados demuestran que variando el contexto socio-académico, "a más inteligencia, más religiosidad". Por su parte, McCullough y Willoughby (2009)4 presentaron pruebas de que la religiosidad se asocia (aunque débilmente) con resultados positivos, incluyendo el bienestar y el rendimiento académico.

Se trata, pues, de un efecto social, no de una realidad cognitiva, y la correlación desaparece al neutralizarse el sesgo sociocultural. Así, Hoge5 estudió las actitudes religiosas en 13 campus americanos con datos que abarcaban 50 años, y concluyó que "no existe una relación orgánica o psíquica entre la inteligencia y las actitudes religiosas y (...) las relaciones encontradas por los investigadores son debidas a las influencias educativas o a sesgos en las pruebas de inteligencia". De la misma opinión son Argyle y Beit-Hallahmi en sus estudios de 1975 y 19976. En este último señalan que: "no existen grandes diferencias en la inteligencia entre los religiosos y no religiosos, aunque los fundamentalistas puntúan un poco más bajo". 

También señalaron la falta de estudios a gran escala que controlasen las variables demográficas, y la ausencia de "cualquier estudio que aclare la dirección de una relación causal, ni si hay algún efecto en absoluto". Todo indica que los estudios que neutralizan las variables sociales no hallan relación alguna entre religión e inteligencia. Francis, en dos estudios de 1979 y 19987, trabajando con niños y adolescentes (aún no tan mediatizados culturalmente), no halló relación alguna. Shenhav y otros (2012)8 no hallaron relación significativa entre religiosidad y nivel de inteligencia en la población universitaria.

Algunos ateos suelen afirmar (sin pruebas) que Dios no es más que una versión del amigo invisible de algunos niños, pues da consuelo y se le cree invisible pero presente.

Pero, en realidad, Dios es completamente distinto de esto. A Él ni se le "ve" ni se le "oye" alucinatoriamente como a esos personajes (no se revela constantemente a cualquiera de forma directa, ni se basa en voces o visiones); no es un compañero de juegos ni un cómplice complaciente (es superior y fuente de corrección moral); no se le ubica espacialmente en la imaginación (Dios es omnipresente no ubicable), no se le considera físicamente cercano (Dios está en el cielo) ni disponible a nuestro servicio (Dios es soberano).

Mientras que a Dios siempre se le siente y se le describe como Espíritu Inmaterial (antropomorfismos didácticos-metafóricos al margen) en un entorno trascendente, a los "amigos invisibles", según señalan los estudios, se les concibe siempre en un entorno inmediato y pueril y son "percibidos" como "materiales" (aproximadamente un 40% son animales y un 60% son "seres humanos", generalmente "niños" de la misma edad, y sólo a veces "adultos" protectores).

Si Dios es transmitido como valor cultural en entornos sociales y compartido por muchos, los amigos invisibles son eventos privados e individuales que se dan más frecuentemente en hijos únicos y niños con mayor grado de inteligencia, menos tímidos, más sociables (son un ensayo para resolver situaciones sociales) y mentalmente sanos, como han constatado las psicólogas Marjorie Taylor y Stephanie Carlson (estudio sobre una muestra de 152 niños de 4 a 7 años)9.

Esta constatación es un obstáculo para la teoría de que Dios es cosa de bobos e inadaptados y el ateísmo propio de inteligentes, defendida por los mismos que afirman la relación de la idea de Dios con el "amigo invisible". Para colmo, la experiencia de Uno (sublime, persistente, profunda y arrebatadora) y otro (trivial, transitoria y pueril) es completamente distinta.

Relacionar a Dios con el "amigo invisible" porque proporciona consuelo y fundamenta ideas, serviría también para relacionar al Ser Supremo con una buena película o un helado de chocolate, que nos consuelan y nos hacen pensar algo tan "trascendente" como que la vida a veces es agradable.

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