Vamos comprobando a lo largo de nuestra existencia la importancia decisiva que en la vida tiene la década de los treinta a los cuarenta años de edad.
La niñez queda ya lejos; ha llegado la madurez de la juventud. El hombre se siente fuerte, lleno de vigor y vida. Ha tomado estado y comienza a dar los frutos acumulados durante el período de formación.
Es la edad de las grandes conversiones y del gran rendimiento. Pero, por desgracia, también en estos años se dan las grandes traiciones: divorcios, abandono en la fe...
La soberbia y el olvido de la mortificación y la oración son protagonistas de todo mal.
¿Se ha pensado alguna vez en ayudar a superar estos baches del comienzo de la madurez?
¿Nos damos cuenta de cómo hemos de fundamentarnos en la humildad? "El que está en pie, tenga en cuenta: no caiga."
Y no abandonar por nada la Misa y Comunión, verdadero pan de los fuertes. Estad sobre aviso los jóvenes maduros. Sed prudentes y cautos.
José María Lorenzo Amelibia
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