Cielo, el cielo, pero ¿en qué consiste el cielo?

Mucho hablé del cielo, (vida eterna, salvación del alma, bienaventuranza en el más allá…), pero no expliqué lo que entiendo con estos conceptos. Sin entrar en una exposición teológica, ofreceré los textos bíblicos fundamentales y un resumen de la doctrina cristiana. Como pórtico, presento el cielo como la plenitud de los principales valores porque desde su perspectiva se enriquece el hombre que al ampliar su ser y vivir después de la muerte; la comunidad humana formará parte del reino de Dios en su dimensión escatológica; la fe que presenta nuevos horizontes para el más acá y el más allá; la figura de Jesucristo queda actualizada como Salvador glorificado, la Iglesia pasa a ser de peregrina a iglesia celestial y gloriosa. Y sobre todo surge la visión de Dios sin fe ni esperanza sino como el Tú contemplado cara a cara, amado sin límites y en comunicación amistosa con los bienaventurados.

Como ambientación: el mensaje y algunas imágenes del Nuevo testamento
Varios artículos anteriores expusiero pasajes del Nuevo testamento sobre el cielo. Cuando Jesús predica la Buena nueva, cura a los enfermos, comparte la alegría de la mesa o de una boda, da de comer a los hambrientos, pacifica a los atribulados e instituye el alimento eucarístico, Jesús anticipa lo que será la vida eterna: situación sin dolor, vivencia plena de paz y amor. De manera extraordinaria, el Cristo Redentor abrió las puertas del cielo al prometerle al buen ladrón: «Yo te aseguro, hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23, 42. 43).
El mismo Señor habló sobre el cielo como presente en el Reino de Dios y proclamó las bienaventuranzas que fundamentan la doble fase, temporal y escatológica, de la existencia humana y que motivan la esperanza que animó la vida de tantos pobres, enfermos, humillados, perseguidos, etc. Para Jesús, las actitudes de pobreza, mansedumbre, sed de justicia, misericordia, limpieza de corazón, de paz, y las situaciones de dolor, persecución e injuria, tienen una contrapartida de felicidad o bienaventuranza. ¿Por qué razón? Por la existencia del Reino de los cielos en su dimensión escatológica. Allí el bienaventurado conseguirá el consuelo, la paz, la misericordia divina, la visión de Dios, y la posesión del cielo como tierra prometida.
Con esta base se comprenden las imágenes sobre el cielo que hablan de la vida, la luz, la paz, la casa del Padre, el paraíso. Siempre, “un algo” que tiene como denominador común el estar con Dios después de la muerte. El cielo viene a ser como un convite o un banquete de bodas con vino y alegría, será la sorpresa inimaginable puesto que se trata de lo que Dios tiene preparado para los que le aman: “lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman” (1 Co 2,9; cf. Mt 22, 1-10; 25, 1-3)

Textos que iluminan las perspectivas del cielo
Como textos fundamentales acerca de la situación de bienaventuranza, cabe citar, y sin querer agotar la materia, los siguientes:
-”bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios” (Mt 5,8; cf en CEC 1722);
-“queridos, ahora somos hijos de Dios y aún no se ha manifestado lo que seremos. Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es”(1Jn 3,2; cf. en CEC 1023 y 1028);
-”ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido”(1Cor 13,12);
-«guardaos de menospreciar a uno de estos pequeños; porque yo os digo que sus ángeles, en los cielos, ven continuamente el rostro de mi Padre que está en los cielos”(Mt 16,10);
-“esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo” (Jn 17, 3).

Síntesis doctrinal
Óptimo resumen sobre los aspectos esenciales del cielo presenta el Magisterio de la Iglesia en el Catecismo y en su Compendio
Las condiciones y los pasos previos para ir al cielo, la nueva situación del bienaventurado y la tarea fundamental, quedan resumidos en los textos siguientes:
-“los que mueren en la gracia y la amistad de Dios y están perfectamente purificados, viven para siempre con Cristo. Son para siempre semejantes a Dios, porque lo ven "tal cual es" (1 Jn 3, 2), cara a cara (cf. 1 Co 13, 12; Ap 22, 4)”(CEC 1023). -vivir en el cielo es "estar con Cristo" (cf. Jn 14, 3; Flp 1, 23; 1 Ts 4,17). Los elegidos viven "en El", aún más, tienen allí, o mejor, encuentran allí su verdadera identidad, su propio nombre (cf. Ap 2, 17) (CEC 1025).
Con el núcleo descrito, El Catecismo profundiza en las nuevas relaciones que proporcionarán la felicidad plena a quienes estén en el cielo, presentado como una “vida perfecta con la Santísima Trinidad, una (esta) comunión de vida y de amor con Ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados.” El cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha (CEC 1024).
Por su parte, El Compendio añade a la doctrina expuesta algunos matices: “Todos aquellos que mueren en gracia de Dios y no tienen necesidad de posterior purificación, son reunidos en torno a Jesús, a María, a los ángeles y a los santos, formando así la Iglesia del cielo, donde ven a Dios «cara a cara» (1 Co 13, 12), viven en comunión de amor con la Santísima Trinidad e interceden por nosotros”. (Compendio 209).
En qué consiste el “ver a Dios”
Para el teólogo Ruiz de la Peña, “la clave que descifra la categoría ‘visión de Dios’ es la de la convivencia, familiaridad, comunión existencial, trato íntimo. Ven a Dios los que gozan de su intimidad, se sientan a su mesa, comparten su existencia”. Y en el mismo sentido se pronuncia J. J. Tamayo: “la visión de Dios se traduce en convivencia con Dios, comunidad beatificante con él, participación en su vida, comunión en su ser, gozar de su intimidad, compartir su vida que desemboca en la divinización del ser humano. La visión de Dios significa entrar en un clima de relaciones familiares”.

El amor da sentido a la visión de Dios Los bienaventurados aman a Dios sin los límites de la libertad, sin que exista el riesgo del pecado. Ellos sí cumplen el precepto del amarás al Señor “con todo el corazón y con toda el alma”. Será un amor pleno, sin riesgo alguno y en el contexto de la felicidad y la alabanza. Así lo expresa San Agustín: “allí descansaremos y veremos; veremos y amaremos; amaremos y alabaremos...” Y s se cumplirá lo de San Pablo: “la caridad no cesará jamás” (1Cor 3,8). En el cielo, el amor de Dios será el acto perfecto de caridad en un éxtasis ininterrumpido del amor. Se explica que los místicos enamorados y fascinados por Dios en la tierra, al contemplar lo que es Dios, se lancen con ímpetu amoroso.

Permanente comunicacióng dentro de una relación viva con la Trinidad
Si en la tierra no es posible imaginar unas relaciones amistosas con Dios sin comunicación o diálogo, con más razón podemos pensar que en el cielo las relaciones de los bienaventurados estarán impregnadas de una eterna comunicación amistosa.
El Vaticano II cuando describe la situación escatológica de los fieles afirma: los que están en el cielo contemplan con toda claridad “al mismo Dios, Uno y Trino, tal cual es” (LG 49). De manera más explícita, Juan Pablo II afirmó en una catequesis (21-VII-1999) que el cielo: “no es una abstracción, ni tampoco un lugar físico entre las nubes”. Es más bien “una relación viva y personal con la Santísima Trinidad”. Y el Catecismo de la Iglesia concreta un poco más al definir el cielo como una relación muy especial con la Trinidad: “esta vida perfecta con la Santísima Trinidad, esta comunión de vida y de amor con ella, con la Virgen María, los ángeles y todos los bienaventurados se llama "el cielo" (CEC 1024).
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