V VIERNES DEL TIEMPO ORDINARIO. A la hora de la brisa

(V VIERNES DEL TIEMPO ORDINARIO. Gén 3, 1-8; Sal 31; Mc 7, 31-37).-

A LA HORA DE LA BRISA

Uno de los textos más trascendentales de la Biblia es el que describe la escena en la que Adán y Eva sucumben a la tentación de comer del árbol del que tenían prohibido hacerlo. El núcleo del pecado fue el deseo de independizarse de Dios, la transgresión del límite que les había señalado el Creador.

Este deseo sigue vivo en la naturaleza humana, y emerge cuando el hombre se deja llevar de la vanidad, del protagonismo emancipado, del orgullo independiente, sin recordar que si algo puede, es por los dones recibidos.

Si es doloroso el momento en el que los primeros padres se descubren despojados, desnudos, también el pasaje revela que si se sienten así ante la mirada de Dios, es porque Él los visita, como cada tarde, a la hora de la brisa.

Podemos centrarnos en el origen de la experiencia de pecado, que sin duda, es una de las realidades que más nos turban, al vernos, tantas veces, en la quiebra de la fidelidad a Dios. Sin embargo, el Creador, a pesar de la ruptura que han consumado Adán y Eva, no se desentiende de ellos, y baja a hablarles.

Dios concedió al ser humano la capacidad de hablar con Él. Dios, desde el principio, deseó la relación con su criatura. Tratar con Dios no es una pretensión humana, sino una invitación que recibimos de parte del Creador. En esto se afirma la esperanza, en que Dios quiere dialogar con el hombre.

Si por la semejanza divina somos libres, y por esta facultad somos capaces del mal, también, por la misma razón, se nos ha capacitado para tratar con nuestro Hacedor. El Verbo de Dios, encarnado, nos ha concedido restablecer el diálogo entre la criatura y el Creador. La desnudez del Hijo de Dios en Belén y en el árbol de la cruz, restauró nuestra integridad, y nos devolvió la naturaleza redimida, para poder pasear, de nuevo por el jardín, a la hora de la brisa.

Jesús celebró la Última Cena y murió a la hora en que las sombras se huyen, a la hora de la brisa, a la hora del amor. Gracias a la redención de Cristo, no hemos quedado secuestrados de nosotros mismos, escondidos por miedo. Por el contrario, en el jardín de Arimatea, Jesús volverá a preguntar y, en este caso, María Magdalena responderá, en nombre de toda la naturaleza redimida, inflamada de amor.

El pecado original es una realidad palpable, y a su vez el deseo de santidad, y el testimonio heroico del amor son historia en tantos que llegan, incluso, a dar su vida por el nombre de Cristo y en favor de sus hermanos.

Con el salmista, en vez de quedar arrumbados, escondidos, avergonzados, es mejor acoger la misericordia y cantar las alabanzas: “Dichoso el que está absuelto de su culpa, a quien le han sepultado su pecado. Dichoso el hombre a quien el Señor no le apunta el delito”.
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