Domingo 13. 1. 08. Bautismo de Jesús. Tuvo un gurú llamado Juan

Jesús aprende
Jesús, hijo de Dios, aprende de un profeta de la tradición religiosa de su entorno, que le pone en el camino de Dios. No le llevan como niño. Se ha hecho "grande" en Nazaret y ha ido a buscar a Dios por sí mismo, hasta el río Jordán, al lugar donde un profeta, llamado Juan Bautista, elevaba su voz y anunciaba el juicio de Dios. Ha dejado a su familia, su trabajo de artesano, y,lleno depreguntas, llevando a cuestas el dolor de los hombres, ha venido al río a dialogar con Dios y para ello busca la ayuda del hombre de Dios, junto al río. Sabe algo, pero viene a que le digan. Busca, viene a que le encuentren. Éste es para los cristianos el principio de todo "diálogo religioso": Jesús aprende "su religión" a partir de un maestro de otra religión. Un no-cristiano (Juan ¿podía ser Buda?) le pone en el lugar donde él puede y debe escuchar a su Dios. Por "saberlo todo" tiene que aprender de los que saben. Así empieza siendo el primero de los cristianos, entre los hombres y mujeres de su tierra
1. Lo que Jesús buscaba. Reparos de Juan
Vengo hablando estos días de la "teología del dialogo religioso", es decir, del pluralismo de los caminos de Dios que, para nosotros, cristanos, culminan en Jesús. Pues bien, las fiestas de la Navidad terminan presentándonos a Jesús como "discípulo" de un hombre de "otra religión", de un profeta judía. Jesús sólo pudo escuchar la voz de Dios que le llamaba Hijo... poniéndose en el camino de las historia de las religiones, representadas en aquel momento y lugar por el judaísmo apocalíptico y moral (judicial) de Juan Bautista.
Juan estaba ofreciendo una terapia de choque: situaba a los hombres ante la venida de Dios, pero daba la impresión de que ellos no podían hacer nada para cambiar la realidad: sólo bautizarse y esperar el juicio. Pues bien, durante un tiempo, Jesús aceptó esa “terapia”, confesando así que este mundo no tiene sentido ni salida, en su actual perspectiva. Aprendió de Juan, iniciando así el primero y más profundo de todos los diálogos religiosos de la historia cristiana. Jesús aprendió de un profeta judío, de tipo apocalíptico...¡Aprendió de un homre de otra "religión"! No rechazó el diálogo
El mensaje de Juan incluía un elemento de destrucción, expresada en el bautismo, como signo de pecado (asumido por los pecadores) y de preparación para la muerte. Significativamente, entre los que fueron a bautizarse, la tradición cristiana ha recordado, de un modo especial, a los publicanos y prostitutas (cf. Mt 21, 32), que parecían pecadores sin remedio. Pues bien, entre ellos, asumiendo la suerte de su pueblo, como pecador entre pecadores (¿y como portador de un proyecto mesiánico?), vino Jesús de Galilea. Vino Jésús y aprendión. Sólo así, aprendiendo, pudo ofrecer después su respuesta personal, haciendo un camino distinto, pero no contrario al de Juan (a quien nunca condenó como hereje o infiel)
Todo nos permite suponer que, al menos en un sentido, Jesús vino al Jordán para “morir” (confesar los pecados del pueblo y preparar con Juan la caída de la vieja humanidad), aunque llevara en su interior una semilla de tradiciones davídicas. Pues bien, después de haber un tiempo, él volverá a Galilea con la certeza de que el juicio ha llegado (o ha pasado) y de que, en su lugar, puede y debe iniciarse el anuncio del Reino de Dios (una nueva vida para los hombres). Parece claro que, entre ida y vuelta, hubo en Jesús un cambio fuerte, una experiencia desencadenante, que los evangelios vinculan al bautismo (a la culminación de su aprendizaje con Juan), e interpretan como “unción” mesiánica (cf. Mc 1, 9-11).
La tradición es clara al afirmar que Jesús recibió el bautismo de Juan (cf. Mc 1, 9), a pesar de los problemas que ese dato podía causar a la iglesia, como lo muestran las “excusas” del Bautista en Mt 3, 14-15 y el hecho de que Lc 3, 21 y Jn 1, 29-34 eviten citar ese bautismo de un modo directo, porque les parece "menos digno" que Jesús (que todo lo sabe) venga a aprender en la escuela de un hombre de "otra" religión. Veamos el texto de Mateo, el de este día:
En aquel tiempo, fue Jesús de Galilea al Jordán y se presentó a Juan para que lo bautizara. Pero Juan intentaba disuadirlo diciéndole: "Soy yo el que necesito que tú me bautices, ¿y tú acudes a mí?" Jesús le contestó: "Déjalo ahora. Está bien que cumplamos así lo que Dios quiere." Entonces Juan se lo permitió. Apenas se bautizó Jesús, salió del agua; se abrió el cielo y vio que el Espíritu de Dios bajaba como una paloma y se posaba sobre él. Y vino una voz del cielo que decía: "Este es mi hijo, el amado, mi predilecto (Mt 3, 13-17)
Juan pone reparos, pero, al final, acepta su fucnión de maestro e iniciador del mismo Hijo de Dios. Precisamente porque sabe "todo", Jesús puede aprender de todos... Y aprende en serio. El comienzo de su actividad mesiánica será un momento clave de "diálogo" religioso. Las aguas del Jordán puede ser las del Ganges o las Mar Austral: son las aguas en la que Jesús asume la historia humana, aprende de Jesús... y de esa forma, acogiendo el gesto de Juan, puede escuchar la voz de Dios, su voz,la del Padre.
2. La experiencia del Bautismo de Jesús
Aquí no he querido evocar el hecho del Bautistmo de Jesús en cuanto tal, conforme a la visión de los evangelios de Marcos o Mateo, sino que he preferido poner de relieve aqullo que pudo ser la experiencia de la vocación de Jesús, su encuentro básico con Dios, encuentro que la tradición cristiana ha vinculado a su bautismo.
Debió ser un momento de “estado naciente”. Jesús era un hombre maduro: Lc 3, 23 afirma que tenía unos treinta años, edad ya avanzada en aquel tiempo. Había recorrido muchos caminos, pero los más significativos se hallaban aún latentes y necesitaban expresarse a través de una experiencia nueva, que le permitiera llegar hasta el fondo de sí mismo, escuchando y acogiendo así la llamada de Dios.
La mayoría de los historiadores y exegetas suponen que el bautismo en el Jordán, no fue un dato pasajero, sino un acontecimiento que marcó la “historia de su vida”, trazando una ruptura respecto a lo anterior y permitiendo que asumiera hasta el final (y superara) el juicio del Bautista, definiendo su nueva opción profética y mesiánica al servicio del Reino de Dios (retomando, de forma distinta, la tradición de David) . Éstos son algunos de rasgos que pueden ayudarnos a entender esa experiencia:
1.El bautismo de Juan era una acción profética única de muerte-juicio (de paso) que ponía a cada bautizado a puerta de entrada de la tierra prometida. Era una experiencia de gran significado escatológico: el mismo Juan, como profeta final, introducía al iniciado en las aguas del río del límite, ante la tierra prometida; por su parte, el que se bautizaba asumía la historia del pueblo de Israel, vinculada a la salida de Egipto con Moisés (paso del Mar Rojo) y a la entrada en la tierra prometida (paso del Jordán, con Josué). Entendido así, el bautismo era una experiencia de “juicio” que expresaba y ratificaba la superación del pecado de los hombres (que así “morían”) y la nueva acción trasformadora de Dios. No conocemos la manera en que otros hombres y mujeres recibieron y entendieron el bautismo de Juan, pero todo nos permite suponer que para Jesús lo tomó como momento clave de renacimiento: Dios le estaba hablando y haciendo nacer en el gesto del Bautista.
2.El bautismo de Jesús fue una experiencia de iniciación. Juan le abrió una puerta en el agua... y él entró. Jesús entró por la puerta del agua que le abría su maestro y asi, de su mano, vio cosas y escuchó palabras: vio los cielos abiertos y escuchó la voz de Dios que se presentaba como Padre (diciéndole ¡tú eres mi Hijo!) y que le confiaba su tarea creadora y/o salvadora (¡ofreciéndole su Espíritu!). Ciertamente, esa escena, que forma un momento clave en nuestros evangelios (cf. Mc 1, 9-11 par.), ha sido recreada desde la vida posterior de la Iglesia, pero en su fondo puede y debe haber existido un núcleo fiable, que anticipa la acción posterior de Jesús, vinculada a la promesa del Hijo de David: “Yo seré para él un padre y él será para mí un hijo” (2 Sam 7, 14), tal como ha sido proclamada por Sal 2, 7: “Tú eres mi hijo, yo hoy te he engendrado” .
3. Experiencia de inversión, es decir, de cumplimiento profético y revelación mesiánica. Quizá buscaba una cosa y encontró una distinta. Sea como fuere, en esa expresarse un Dios que, conforme a la mejor tradición israelita, actúa a contrapelo de los hombres. Precisamente allí donde, llegando hasta la meta de su mensaje apocalíptico de juicio, Juan colocaba el final (juicio y destrucción), experimenta y descubre Jesús la verdad más alta de su misión, recuperando, de un modo más hondo, su vocación “familiar” davídica. No niega por eso la experiencia de Juan, sino todo lo contrario: sitúa y entiende esa experiencia profética como impulso y llamada para su tarea mesiánica. Es como si aquello que Juan anunciaba se hubiera cumplido, de tal forma que allí donde todo ha terminado (nada se espera en línea de juicio) puede comenzar ya todo, de un modo distinto, en línea de vida y no de muerte .
4. Fue una experiencia de comienzo, un nuevo punto de partida. Jesús se arriesgó, vino, vivió, recibió a través de Juan una experiencia superior de vida y de misión. No queremos decir que las cosas sucedieran exactamente de esa forma. Nadie lo sabe ni podrá saberlo jamás, pues no tenemos una autobiografía de Jesús. Pero todos los hilos posteriores de su vida se entienden desde aquí: estamos en la línea que lleva del antiguo Elías, profeta del juicio (como Juan Bautista), al nuevo Elías, mensajero de la brisa suave y del nuevo comienzo (un Elías que sana a los necesitados). Sólo en este segundo contexto (como profeta carismático), Jesús ha podido superar un tipo mesianismo davídico antiguo (vinculado quizá a la visión apocalíptica del juicio de Juan), para descubrir el verdadero mesianismo, en línea de gracia y de amor a los enfermos. Sólo en este contexto, allí donde se sabe que todo lo anterior se ha cumplido y terminado (ha muerto), puede hablarse de un nuevo comienzo, que empieza precisamente con la voz del Padre, que le dice “tú eres mi hijo”, y con la brisa del Espíritu (que le envía a realizar su obra).
5. Experiencia “visionaria”, vocación filial. No ha sido un proceso “racional” en plano objetivo, algo que puede “demostrarse” por medio de argumentos, sino un tipo de “intuición” vital, que ha trasformado las coordenadas de su imaginación y de su voluntad, de su forma de estar en el mundo y de su decisión de trasformarlo. En ese sentido decimos que, teniendo un elemento visionario, el bautismo ha sido una “vocación”, una llamada que Jesús ha “recibido” y acogido en lo más profundo de su ser. No es imposible que, en este momento crucial, Jesús haya escuchado la voz de Dios que le llama “Hijo” y haya “descubierto” la experiencia del Espíritu, haciéndole asumir su tarea davídica de Reino. Todo el transcurso posterior de su vida se entiende a partir de esta experiencia visionaria entendida de forma filial.
3. Conclusión
Los cinco elementos anteriores marcan, a mi juicio, el bautismo de Jesús. Sabemos que en este campo resulta muy difícil trazar suposiciones de tipo psicológico, pero a veces lo más obvio y sencillo es lo más verosímil.
Jesús fue donde Juan cargado de experiencias y preguntas sociales a las que, en ese momento, él no sabía responder. Pensó quizá que por el bautismo podía introducirse de un modo personal en el camino del juicio, para dejar que fuera Dios quien resolviera los problemas. De esa forma se unía a los “pecadores” de su pueblo, con su carga de trabajo y/o falta de trabajo, como tekton, artesano israelita, en una sociedad que se desintegraba.
Venía a bautizarse para asumir el proyecto de Juan, abandonando otros proyectos; venía quizá para decirle “adiós” al Dios de las promesas fracasadas, como Elías sobre el Horeb (cf. 1 Rey 19).
Pero el Dios de su fe más profunda, vinculada a su tradición familiar mesiánica, el Dios de sus deseos creadores, salió a su encuentro en el agua y en la brisa suave del Espíritu, para engendrarle de nuevo como Hijo y confiarle su tarea más honda. Aquel fue el momento y lugar de su verdad, su verdadero nacimiento. Por eso, la Iglesia posterior ha sseguido realizando el gesto del bautismo de Jesús como expresión de la llamada que Dios dirige en amor a todos los hombres, haciéndoles sus hijos y ofreciéndoles su tarea creadora sobre el mundo.