Empezando el año con Dios: M. Berciano, Teología natural

Modesto Berciano, Teología Natural. Doctrina filosófica de Dios, Subsidia Teológica, BAC, Madrid 2018, 446 págs.
Comenzando el año, debo presentar este libro de mi colega y amigo Modesto Berciano, que fue catedrático de la Facultad de Filosofía de la Universidad de Oviedo, experto en metafísica, pensador en libertad, autor de los dos libros más significativos que la BAC, editorial de la Conferencia Episcopal Española, ha publicado como texto de alta filosofía para estudiantes, uno de ellos se titula Metafísica, y el otro es éste, que hoy presento, de Teología Natural, cuyo sentido podrá ver quien siga leyendo.
El último de esos textos acaba de ser publicado en Cuadernos Salomantinos de Filosofía 45 (2018) 411-416, en un número especial dedicado a Pensar las humanidades, en el contexto de la filosofía, que sigue siendo (a pesar de su marginación oficial) uno de los reductos fundamentales de la libertad y el pensamiento, en un tiempo de riesgo para las "humanidades", es decir, para el ser humano.
Buen día a todos, al comienzo de año, con un saludo especial para los amigos de M. Berciano, a quien ya dediqué un postal en RD, con motivo de su muerte... con el deseo de que su obra siga ayudando a pensar, tanto en Oviedo como en Salamanca, y en otros lugares donde su obra sigue sigue siendo un punto de referencia para el pensamiento.
Dando gracia a Dios por la vida y amistad de M. Berciano, y a la BAC, por publicar este tratado, y a A.Romanillos, Vice-rectora de la Universidad Pontificia de Salamanca, por confiarme su recensión en Cuadernos Salmantinos de filosofía.
Modesto Berciano Villalibre (1933‒2017)

formó parte de la Congregación Salesiana, y se doctoró dentro de ella en Filosofía y Teología, llegando a ser uno de los profesores más representativos del Pontificio Ateneo Salesiano de Roma (PAS), donde enseño al lado de Giulio Girardi, retirado de la docencia el año 1969 por presuntas desviaciones doctrinales y sociales. A consecuencia de ello, también Modesto Berciano, que tenía por entonces 36 años, dejó el Ateneo de Roma, para enseñar en el Teologado de Salamanca, donde fuimos colegas entre el 1973 y 1976, impartiendo cada uno una parte del tratado Dios uno y trino: Él enseñaba Teodicea (es decir, la Teología Natural), cuyo contenido recoge en este libro, tras 40 años de dedicación al tema; yo enseñaba Trinidad, en una perspectiva bíblica y teológica.
Dialogábamos ya entonces, en pasillos y entre clases, quizá con demasiada rapidez, evocando nuestro espacio y camino en el pensamiento y vida de la Iglesia; yo desde mi ingenuidad de estudiante ascendido demasiado pronto a profesor; él desde su madurez romana, tras la dura experiencia de haber sido “retirado” del Ateneo de Roma, que era por entonces una de las instituciones más significativas de la de enseñanza filosófico‒teológica de la Iglesia católica (convertida en Universidad el año 1973). Al final de aquel período me regaló su tesis doctoral en teología, Kairós: tiempo humano e histórico-salvífico en Clemente de Alejandría (Aldecoa, Burgos 1976), pero yo andaba por entonces ocupado en otros menesteres bíblico/teológicos, y apenas tuve tiempo de leerla, lo cual hoy lamento, pues me hubiera enseñado a plantear y resolver mejor un tema fundamental para la andadura filosófico‒teológica: el paso del pensamiento histórico‒narrativo (y apocalíptico) de la Biblia al supra‒temporal y metafísico de Clemente de A. y de gran parte de la teología cristiana (en la línea del logos alejandrino).
Yo dejé por entonces el Teologado Salesiano, que acabó por cerrarse, mientras él optó por abandonar la Congregación Salesiana, renunciando también al presbiterado y doctorándose en Filosofía por la Universidad de Salamanca (con una tesis sobre Heidegger, 1978), para enseñar primero en un IES de Salamanca y luego en la Universidad de Oviedo (desde 1983 hasta su jubilación, 2007), para realizar después, hasta su muerte (2017) una inmensa labor de investigación en el campo de la filosofía, centrada sobre todo en el pensamiento de Heidegger y abierta especialmente a la temática de Dios.
Él había sido y así siguió siendo sido un profesor y pensador ejemplar, de gran dignidad y profundos principios cristianos, en gesto de libertad, pero dispuesto a colaborar siempre con las obras y tareas de la Iglesia y, en general, del cristianismo. En esa línea nos seguimos viendo y comunicando en diversos espacios académicos, y en especial en tribunales de tesis, como la de Macario Ofilada, dirigida por Mariano Álvarez, actualizando así nuestra amistad y compartiendo nuestro pensamiento en línea de cristianismo, ambos vinculados a servicios de cultura y de Iglesia, a cuyo servicio él quiso trabajar desde su especialidad de analista cultural y filósofo.
Desde entonces, aunque vivíamos a cierta distancia (él en la ciudad, yo en un pueblo) nos hemos visto con cierta frecuencia, en la Eucaristía de los Salesianos (María Auxiliadora) o en las reuniones de espiritualidad y reflexión bíblica de los carmelitas de la Calle Zamora, en las que Berciano participaba con asiduidad, todos los viernes, dirigiendo el comentario compartido de los evangelios del domingo. Nunca se presentaba como catedrático de filosofía, ni alardeaba de saber, sino que exponía y comentaba en gesto orante la Palabra, ofreciendo algunos días especiales unas reflexiones abiertas (conferencias) para todos los que quisieran escuchar una palabra, en clima de oración.
Pero su servicio principal al evangelio y a la vida de la Iglesia no fueron esas conferencias de oración, ni tampoco su abundante magisterio escrito, centrado en a temas de fondo cristiano (cf. //dialnet.unirioja.es/servlet/autor?codigo=28496), sino que han sido sus dos obras básicas de “filosofía de fondo cristiano”, patrocinadas por la Conferencia Episcopal Española y editada por la Biblioteca de Autores Cristianos, como libros de texto para cursos universitarios de filosofía y teología.
La primera fue su Metafísica, Sapientia Rerum, Manuales de Filosofía, BAC, Madrid 2012, 336 págs. Yo había vuelto a vivir hacía poco al entorno de Salamanca (2009), y conversando sobre nuestro trabajo, de fondo cristiano, él me contaba emocionado la génesis y sentido de esta obra de reflexión filosófica, que le habían pedido para una colección de fondo teológico, patrocinada por la Conferencia Episcopal Española, como libro de texto para oficial para estudiantes cristianos. Me ofreció un ejemplar cuando salió publicado y pude leerlo con pasión contenida y gozosa, a pesar de que, personalmente, vengo de una tradición más “liberal” de positivismo bíblico y de crítica anti‒metafísica, que ofrece menos credibilidad a la filosofía como posible “ancilla” o compañera de la teología.
A pesar de ello me pareció un texto espléndido, por su amplitud y claridad, más que por sus conclusiones; seguía manteniendo la pregunta por el ser, frente a un tipo de tradición analítica y de ciencia positiva que empezaba negando esa pregunta. Se situaba en una perspectiva heideggeriana, con elementos de reflexión post‒moderna, pero supo plantear los temas con gran claridad y erudiciòn. Era un libro claro, una introducción al pensamiento que se trasciende a sí mismo, y a la verdad que es más que demostración y consecuencia de un pensamiento instrumental.
En ese momento, desde una perspectiva bastante distinta, yo estaba preparando mi Teodicea. Itinerarios del hombre a Dios (Sígueme, Salamanca 2013), y no me atrevía a situar el tema del Ser (o lo absoluto) en clave metafísica; prefería buscar otros itinerarios de tipo experiencial y psicológico, social y religioso. Hablamos algún día de ello, con gran respeto, desde las diferencias, sin forzar ningún tipo de nivelación de perspectivas.
Pues bien, ahora, seis años después de aquella, aparece publicada esta segunda obra, como complemento de la anterior, titulada Teología natural. Doctrina filosófica de Dios, Subsidia Theologíca, BAC, Madrid 2018, 446 págs. Fue el tema de nuestras últimas conversaciones, a la salida de misa o de la conferencia espiritual, en diciembre del año 2016. La obra estaba muy avanzada (y casi terminada) cuando el falleció (febrero del 2017), aunque no sé si él hubiera mantenido en el subtítulo la palabra “doctrina”. Sea como fuere, la obra estaba básicamente fijada, de manera que no ha sido necesario ningún cambio en el orden ni en el contenido de las temas, como dice en el prólogo (págs. XI‒XIII), el prof. Ildefonso Murillo, encargado de la edición, que ha respetado fielmente el texto ya preparado y ultimado el Prof. Berciano.
Se trata de un texto espléndido, el mejor que yo conozco sobre el tema, un tratado completo de “teología natural”, desde una perspectiva occidental post‒ilustrada, que empieza básicamente en Kant (cf. cap. 3) y culmina, en perspectivas distintas y complementarias, en una línea post‒heideggeriana, en dos autores clave del pensamiento católico: Uno es K. Rahner (especialmente en sus obras pre‒teológicas: Espíritu en el Mundo, Oyente de la Palabra: 1939 y 1945) y el otro X. Zubiri, desde Naturaleza, historia, Dios (1944) hasta sus obras póstumas: El problema filosófico de la historia de las religiones (1993) El problema teologal del hombre: Cristianismo (1997).
Ni Rahner ni Zubiri quieren ir más allá de la crítica kantiana, demostrando racionalmente la existencia de Dios; ni uno ni otro pueden ir más allá de Heidegger, identificando sin más al Ser con Dios, y resolviendo de un modo racional la pregunta por el absoluto desde el plano de los entes relativos. Pero ambos, de modos complementarios, recreando y superando gran parte de filosofía de los dos últimos siglos (tras Kant), dejan tendido el camino y abierta la puerta para una posible revelación religiosa, que supera el nivel del pensamiento “natural” (racional), de manera que pueda hacerse presente, el mismo como Dios, superando así en un plano y cumpliendo en otro la verdad de la teología natural.
En el centro, entre la crítica kantiana (págs. 47‒96) y las “vías” de religación (Zubiri: págs. 383‒413) y apertura trascendente a la posible revelación de Dios (Rahner, págs. 413‒445), ha desarrollado M. Berciano la historia más apasionante y completa de la problemática “natural” de Dios, expresada como búsqueda humana de absoluto, experiencia de apertura a lo transcendental y a la posible revelación del absoluto, a lo largo de dos siglos fascinantes de pensamiento filosófico occidental, marcado por el idealismo y el marxismo, por el vitalismo y el existencialismo, por Nietzsche y por Freud, con otros muchos pensadores y científicos que han vivido “a cuestas” con el pensamiento o no pensamiento de Dios.
En esa línea él ha escrito un libro yo llamaría abrumador, por la cantidad de material elaborado y trabajado, un libro casi “excesivo” de información, más de profesores que de alumnos, pues sin un poco de pericia uno puede desorientarse en los diversos momentos del camino. Por eso se presenta como libro “de clase”, manual para un estudio dirigido de los temas. Pero, al mismo tiempo, es un libro extremadamente claro en sus detalles y en sus temas particulares, a pesar de la abundancia del material elaborado y expuesto.
Yo tenía una idea de su contenido, por mis conversaciones anteriores con M. Berciano, en los cuatro últimos años. Pero al encontrarme con el libro ya editado, al año de su muerte, he visto que es mucho más de lo que yo había esperada. No es que sea la teología natural definitiva, pero es la mejor que puede hacerse, en este momento, desde la perspectiva de occidente, en un camino que va, como he dicho, de Kant a Heidegger, con Rahner y Zubiri como glosistas principales.
Este libro nos muestra así es lo que somos y podemos, como occidentales, herederos de la ilustración del XVIII, huérfanos del Dios antiguo (ontológico), sorprendidos ante un cierto eclipse del Dios de las religiones, a la espera de una posible Palabra de Dios, de una nueva experiencia del hombre. Y con este libro he podido comprender, al fin, algo de aquello que Modesto Berciano iba transmitiendo con su vida, con la misma sorpresa agradecida con la que empecé a escucharle hace más de cuarenta años en los patios y pasillos del teologado salesiano de Salamanca. No me atrevo a dirigirle aquí ninguna crítica, pues todo lo que dice está bien dicho, pero me quedan cuatro preguntas que, con la misma ingenuidad de nuestros primeros encuentro quiero y puedo dirigirle:
1. ¿Qué queda de la relación entre el Dios bíblico y el Dios filosófico de Grecia que Berciano estudió en su tesis de 1976 sobre Clemente de Alejandría? Ése fue de hecho el primer gran problema intelectual del cristianismo, que rechazó al Dios de los mitos y de los poetas del politeísmo, pero aceptó básicamente al de Platón y de Aristóteles. ¿Qué queda de toda aquella “teología natural”, que ha seguido dominando hasta finales del siglo XVIII, en el momento en que empiezan a elevarse críticas kantianos? ¿Podemos borrar así, de un simple plumazo, como parece hacer Berciano, toda esa “metafísica ontológica” que nos había llegado del pensamiento griego? Como biblista crítico, me siento inclinado a ratificar la propuesta de Berciano, rechazando al Dios de los filósofos como hacía Pascal en el siglo XVII, pero me gustaría tener más razones para ello, y no empezar de hecho, simplemente, con Kant.
2. ¿Qué queda de la ciencia en relación con Dios? Como vengo señalando en esta recensión, M. Berciano viene de la metafísica, de la que trataba su gran obra anterior. ¿Pero el tema de la teología natural sólo puede plantearse metafísico y/o anti‒metafísico? ¿No será necesario acudir con cierto rigor a la ciencia o, mejor dicho, a un tipo de meta‒ciencia, para situar así el tema Dios en la perspectiva de la nueva física e incluso de la nueva biología?. Es muy posible que la ciencia en su plano no responda a las preguntas de la metafísica y de la teología natural, pero una teología natural sin base científica, sin apelar a un tipo de meta‒ciencia, pierde en el fondo su sentido. Es evidente que M. Berciano no ha podido plantear el tema Dios desde todas las posibles perspectivas, pero pienso que debía haber tenido más en cuenta la de la ciencia.
3. ¿Qué queda de las religiones? El tema de Dios (lo divino, numinoso, el absoluto) se sitúa en principio en el plano de las religiones. Por eso resulta peligroso, o al menos extraño, dejar en silencio ese plano, como si no importara, o como si fuera secundario. Recordemos que “no hay un Dios previo” y ya conocido, de manera que podamos afirmar con toda naturalidad, como al final de las cinco vías de Santo Toma “y esto es lo que todos llaman Dios”. Posiblemente, en aquel tiempos, ese “todos” eran cristianos, judíos y musulmanes… Pero hoy han emergido otros muchos grupos en el entorno del pensamiento y de la vida, y bastantes personas ya no dicen ni siquiera “Dios” (como suponía el argumento “ontológico” de San Anselmo). No se trata, pues, de abrir el camino para “la2 teología natural, porque ya no hay una, sino que puede haber varias y distintas (y a veces hasta contradictorias). Por eso, me hubiera gustado que Berciano hablara más de este presupuesto de “las religiones”, de manera que en vez de exponer la “doctrina” filosófica de “teología natural”, como si hubiera sólo una, él hablara más bien de “las teologías naturales”.
4. Finalmente, queda el tema del “Dios cristiano”. Da la impresión de que Berciano, en la línea de Kant (y al final en la de autores como Rahner y Zubiri) está suponiendo que existe una visión clara del Dios cristiano, como si fuera conocido, de manera que pudiéramos trazar una “teología natural” del Dios cristiano, suponiendo así que el Dios de nuestra búsqueda se identificará con el Dios de la respuesta de los evangelio. Pero puede suceder que el Dios de la respuesta cristiana sea distinto del Dios de la búsqueda racional, en una línea marcada por la revelación del Crucificado. Por eso, si no planteamos bien el problema, pudiera suceder que al final lo que buscamos y quizá encontramos en la Teología Natural no se parece mucho a lo que se nos dice en la Teología Revelada.
Esta son algunas de las preguntas que este momento yo plantearía a Modesto Berciano, si pudiéramos encontrarnos todavía, en el Teologado Salesiano o en la Plaza Mayor de Salamanca. Sería un placer conversar con él, y escuchar sus respuestas. Pero ha sido también un placer y un deber habérselas planteado por escrito, sabiendo que existe una conversación pendiente entre los dos, en esa morada de misterio que los cristianos llamamos la “resurrección de los muertos”.