El uso de los preservativos en las parejas discordantes
(JCR)
En este blog no hemos querido echar más leña al fuego sobre la polémica levantada a raíz de las declaraciones de Benedicto XVI sobre el preservativo durante su reciente viaje a África. Ya en su día mi compañero de blog Alberto tradujo y colgó un excelente artículo de John Allen sobre este tema en el que este periodista se lamentó de que la prensa occidental hubiera dado la (falsa) impresión de que el Papa sólo habló de condones y todo el tiempo, ignorando muchos otros temas de gran importancia para África y el resto del mundo que salieron a flote en los discursos del pontífice y en el importante documento de trabajo que servirá de guía a los obispos en el próximo Sínodo Africano.
Vayamos por partes. El tema del SIDA y los preservativos son lo suficientemente importantes como para que tengan que ser afrontados con razones, y no con emociones viscerales como frecuentemente se hace. Aunque no soy médico, creo que al haber vivido 20 años en Uganda tengo un conocimiento suficiente del tema del SIDA en África. Uganda ha sido un modelo en la lucha contra el SIDA, algo que nadie discute hoy, y este éxito ha sido rigurosamente analizado por profesionales y organismos de reconocida solvencia. El hecho de haber pasado de tener unos porcentajes de infectados en torno al 30 por ciento a finales de los años 1980 al actual 6 por ciento se debe a una estrategia honrada de transparencia y de sano pragmatismo. El gobierno ugandés se dio cuenta de que para detener esta plaga había que seguir una estrategia combinada porque ningún método por sí mismo podía hacerlo, entre otras cosas porque pretender que toda la población utilizara preservativos para todo contacto sexual era ser muy poco realista.
Por eso el gobierno centró su campaña de educación pública en mensajes a favor de la abstinencia sexual para los jóvenes, la fidelidad para los casados y el uso del preservativo para los que adoptaran conductas de riesgo (como las prostitutas y sus clientes). Los que a priori decían que la población no podía cambiar su comportamiento sexual se equivocaron. En Uganda ha cambiado, y mucho. La mayor parte de los hoteles, por ejemplo, no aceptan que un huésped lleve prostitutas a su habitación, y en muchos pueblos y ciudades las autoridades locales han expulsado a mujeres que se dedicaban a este negocio. Esto es un indicador de que, socialmente, la promiscuidad se ha visto arrinconada o por lo menos está mal vista socialmente, o desde luego mucho más que hace angunos años.
Hace tres años el gobierno, en consorcio con la Organización Mundial de la Salud, publicó una encuesta muy fiable, realizada con un muestreo representativo de todo el país. Algunos de sus resultados son un reto a algunas de las suposiciones que siempre hemos escuchado, como que el SIDA es una enfermedad asociada a la pobreza. Resulta que los porcentajes mayores de infección (en torno al 8 por ciento) corresponden a Kampala y la región central, es decir, la zona del país con mayor nivel económico. Algunas regiones, como el West Nile y Karamoya, con menor índice de infecciones (en torno al 3 por ciento) se cuentan entre las más pobres del país, pero corresponden también a lugares donde la gente mantiene más vivas sus tradiciones ancestrales en las que el sexo antes del matrimonio no está bien visto.
Dicho esto, un problema cada vez más frecuente, especialmente para agentes de pastoral, es el de las parejas discordantes, que en bastantes países africanos parece que abundan más que en otros lugares del mundo. Estamos hablando de casos en los que dentro de una pareja estable uno de sus miembros está infectado de VIH y el otro no. Cualquier médico con dos dedos de frente aconseja a estas personas que usen el preservativo cuando tengan relaciones sexuales, de forma constante y correcta y sin excepciones. La Iglesia no acepta el uso del condón en ningún caso y esto representa un problema pastoral serio. Muchos católicos preocupados por su conciencia buscan asesoramiento por parte de sacerdotes para asegurarse de que en todos sus comportamientos siguen las directrices de la Iglesia, y aquí pueden surgir problemas serios a los que hay que dar respuesta. Recuerdo que en el año 2005 los obispos de África del Este (reunidos bajo el consorcio conocido como AMECEA) se reunieron en Kampala durante varios días para tratar de los retos pastorales en torno al VIH/SIDA. En su declaración final recogieron un punto en el que se dirigían a las “parejas discordantes” mostrándoles su solidaridad y les invitaban a realizar “una decisión responsable”, lo que obviamente dejaba la puerta abierta al uso del preservativo si así lo decidía la pareja en conciencia. Pocas horas antes de entregar este documento a la prensa, el nuncio Pierre Christophe obligó a los presidentes de las conferencias episcopales a eliminar ese párrafo.
Hace apenas dos años alguien filtró a los medios de comunicación que el Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud -que preside el cardenal mexicano Javier Lozano Barragán- había puesto en marcha una comisión para estudiar este tema del posible uso del preservativo para las parejas discordantes. Según he oído de personas a las que considero bien informadas, en esta comisión no hay ningún experto que haya trabajado nunca en África (ni por supuesto ningún africano) y personalmente dudo mucho que puedan entender este asunto en toda su profundidad. No conozco este tema pastoral en otras partes del mundo, aunque me imagino que habrá bastantes similitudes con el caso de las parejas discordantes en África. En conclusión, me parece que en este tema del preservativo hay muchísimo que matizar y que distinguir. Así como sería irresponsable (e ingenuo) querer resolver el problema del SIDA a base de repartir condones a diestro y siniestro, sobre todo a los más jóvenes, tampoco se puede ignorar que hay casos en los que esta parece ser la única salida responsable para salvar vidas humanas, en este caso la de la propia pareja. El Vaticano debería escuchar más estos casos pastorales serios y dar una respuesta adecuada que respetara las decisiones serias tomadas en conciencia.
En este blog no hemos querido echar más leña al fuego sobre la polémica levantada a raíz de las declaraciones de Benedicto XVI sobre el preservativo durante su reciente viaje a África. Ya en su día mi compañero de blog Alberto tradujo y colgó un excelente artículo de John Allen sobre este tema en el que este periodista se lamentó de que la prensa occidental hubiera dado la (falsa) impresión de que el Papa sólo habló de condones y todo el tiempo, ignorando muchos otros temas de gran importancia para África y el resto del mundo que salieron a flote en los discursos del pontífice y en el importante documento de trabajo que servirá de guía a los obispos en el próximo Sínodo Africano.
Vayamos por partes. El tema del SIDA y los preservativos son lo suficientemente importantes como para que tengan que ser afrontados con razones, y no con emociones viscerales como frecuentemente se hace. Aunque no soy médico, creo que al haber vivido 20 años en Uganda tengo un conocimiento suficiente del tema del SIDA en África. Uganda ha sido un modelo en la lucha contra el SIDA, algo que nadie discute hoy, y este éxito ha sido rigurosamente analizado por profesionales y organismos de reconocida solvencia. El hecho de haber pasado de tener unos porcentajes de infectados en torno al 30 por ciento a finales de los años 1980 al actual 6 por ciento se debe a una estrategia honrada de transparencia y de sano pragmatismo. El gobierno ugandés se dio cuenta de que para detener esta plaga había que seguir una estrategia combinada porque ningún método por sí mismo podía hacerlo, entre otras cosas porque pretender que toda la población utilizara preservativos para todo contacto sexual era ser muy poco realista.
Por eso el gobierno centró su campaña de educación pública en mensajes a favor de la abstinencia sexual para los jóvenes, la fidelidad para los casados y el uso del preservativo para los que adoptaran conductas de riesgo (como las prostitutas y sus clientes). Los que a priori decían que la población no podía cambiar su comportamiento sexual se equivocaron. En Uganda ha cambiado, y mucho. La mayor parte de los hoteles, por ejemplo, no aceptan que un huésped lleve prostitutas a su habitación, y en muchos pueblos y ciudades las autoridades locales han expulsado a mujeres que se dedicaban a este negocio. Esto es un indicador de que, socialmente, la promiscuidad se ha visto arrinconada o por lo menos está mal vista socialmente, o desde luego mucho más que hace angunos años.
Hace tres años el gobierno, en consorcio con la Organización Mundial de la Salud, publicó una encuesta muy fiable, realizada con un muestreo representativo de todo el país. Algunos de sus resultados son un reto a algunas de las suposiciones que siempre hemos escuchado, como que el SIDA es una enfermedad asociada a la pobreza. Resulta que los porcentajes mayores de infección (en torno al 8 por ciento) corresponden a Kampala y la región central, es decir, la zona del país con mayor nivel económico. Algunas regiones, como el West Nile y Karamoya, con menor índice de infecciones (en torno al 3 por ciento) se cuentan entre las más pobres del país, pero corresponden también a lugares donde la gente mantiene más vivas sus tradiciones ancestrales en las que el sexo antes del matrimonio no está bien visto.
Dicho esto, un problema cada vez más frecuente, especialmente para agentes de pastoral, es el de las parejas discordantes, que en bastantes países africanos parece que abundan más que en otros lugares del mundo. Estamos hablando de casos en los que dentro de una pareja estable uno de sus miembros está infectado de VIH y el otro no. Cualquier médico con dos dedos de frente aconseja a estas personas que usen el preservativo cuando tengan relaciones sexuales, de forma constante y correcta y sin excepciones. La Iglesia no acepta el uso del condón en ningún caso y esto representa un problema pastoral serio. Muchos católicos preocupados por su conciencia buscan asesoramiento por parte de sacerdotes para asegurarse de que en todos sus comportamientos siguen las directrices de la Iglesia, y aquí pueden surgir problemas serios a los que hay que dar respuesta. Recuerdo que en el año 2005 los obispos de África del Este (reunidos bajo el consorcio conocido como AMECEA) se reunieron en Kampala durante varios días para tratar de los retos pastorales en torno al VIH/SIDA. En su declaración final recogieron un punto en el que se dirigían a las “parejas discordantes” mostrándoles su solidaridad y les invitaban a realizar “una decisión responsable”, lo que obviamente dejaba la puerta abierta al uso del preservativo si así lo decidía la pareja en conciencia. Pocas horas antes de entregar este documento a la prensa, el nuncio Pierre Christophe obligó a los presidentes de las conferencias episcopales a eliminar ese párrafo.
Hace apenas dos años alguien filtró a los medios de comunicación que el Consejo Pontificio para la Pastoral de la Salud -que preside el cardenal mexicano Javier Lozano Barragán- había puesto en marcha una comisión para estudiar este tema del posible uso del preservativo para las parejas discordantes. Según he oído de personas a las que considero bien informadas, en esta comisión no hay ningún experto que haya trabajado nunca en África (ni por supuesto ningún africano) y personalmente dudo mucho que puedan entender este asunto en toda su profundidad. No conozco este tema pastoral en otras partes del mundo, aunque me imagino que habrá bastantes similitudes con el caso de las parejas discordantes en África. En conclusión, me parece que en este tema del preservativo hay muchísimo que matizar y que distinguir. Así como sería irresponsable (e ingenuo) querer resolver el problema del SIDA a base de repartir condones a diestro y siniestro, sobre todo a los más jóvenes, tampoco se puede ignorar que hay casos en los que esta parece ser la única salida responsable para salvar vidas humanas, en este caso la de la propia pareja. El Vaticano debería escuchar más estos casos pastorales serios y dar una respuesta adecuada que respetara las decisiones serias tomadas en conciencia.