Concierto

Hace unos días asistí a un concierto. Era un pequeño grupo, un quinteto de instrumentos de viento, básicamente flautas, especializado en piezas de la época renacentista.Disfruté escuchando cada una de las piezas, oyendo sonar aquellos instrumentos que cobraban vida y fuerza en las manos de los músicos, mientras iba escuchando me venían muchos pensamientos a la cabeza: cómo fueron escuchadas aquellas piezas en su época, quienes eran sus autores, cómo era la sociedad del momento, pero un pensamiento fue cobrando fuerza especial y no dejo de pensar en ello.

Cada instrumento tenía en sí mismo una capacidad que permanecía oculta hasta que unas manos sabias hacían brotar las notas que llevaban dentro. Me fui a pensar que cada persona somos como esos instrumentos carentes de vida sin la mano sabia de alguien, un buen músico, que hace sonar cuantas riquezas llevamos dentro, que hace surgir de nuestro interior melodías que quizás permanecían ocultas. Sin duda el mejor músico es Dios, pero también las personas que tenemos a nuestro alrededor nos ayudan en esta tarea.

Pero una orquesta no está formada por un solo instrumento, sino por varios, y el sonido del conjunto suele ser mejor que el de uno solo, cada uno tiene su parte, unos repiten la melodía iniciada, otros la sostiene y otros son los encargados de introducir nuevos temas. Y creo que lo mismo ocurre en la sociedad, en la Iglesia, en la comunidad, el conjunto logra siempre un valor mayor que el individuo, sin embargo el conjunto necesita de cada uno, de sus posibilidades y riquezas.

Somos instrumentos de la gran orquesta humana que Dios dirige y en la que somos llamados a colaborar para que suene en cada momento de la mejor manera posible. Texto: Hna. Carmen Solé.
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