Sobre creencias (V). El ateísmo de Comte-Sponville (II)
El segundo argumento negativo de Comte-Sponville se refiere a la debilidad de las experiencias. Si las pruebas eran débiles, las experiencias no prueban nada.
En primer lugar, la más evidente y universal es que Dios se esconde: no se manifiesta, no es perceptible… y ya Comte Sponville no se ve con edad para jugar al escondite.
Entre las razones que se aducen para explicar la posibilidad de que exista ese Dios que gusta esconderse, está la de mantenernos libres. En primer lugar, libres de creer o no en él; en segundo, ser supuestamente libres de incumplir sus mandamientos por falta de fe…
Pero esto tiene menos efecto a favor de nuestra libertad que en contra de nuestro conocimiento (se nos oculta, no permitiéndonos conocer la verdad sobre su existencia), y éste, más que limitar nuestra libertad, la facilita.
Si la ignorancia fuera un ingrediente de la libertad, nosotros seríamos más libres que Dios, que no dudará de su existencia. Y también más libres que los profetas que habrían hablado con él o con los bienaventurados que estarían viendo a Dios cara a cara.
Por otro lado, este argumento pro-ignorancia iría contra el espíritu de la Ilustración (“atrévete a saber”), ¿qué padre o maestro estaría en contra de que sus hijos o discípulos conozcan?
Kant no consideraba realmente moral –sino sólo “prudente” o “interesadamente sumiso”- a quien decidiera actuar en base a sortear la amenaza del infierno o ganarse el premio del cielo, pero éste sería un argumento que iría más contra la existencia de estos lugares o situaciones postmortem que a favor de que justificar el que Dios nos mantuviera voluntariamente en su ignorancia.
Pero, si todo lo anterior ya resulta inconcebible en un Dios amoroso, más aún lo es que un Padre se oculte de sus hijos aun en situaciones como las de Auschwitz, Gulag, Ruanda y similares.
La idea de un padre que se oculta, nos mantiene ignorantes de su existencia y no se hace presente jamás, ni cuando ve a sus hijos deportados, humillados, depauperados, torturados y asesinados, se parece más a la de un monstruo.
La debilidad de las experiencias –que también atañe a su subjetividad, a su falta de verificabilidad- afecta a nuestra confianza en que exista un Dios que se oculta o siempre calla. Se parece demasiado a lo que cabría esperar de su inexistencia.
El tercer argumento negativo atañe al intento de explicar un mundo que no se entiende. Se ha basado en que éste no tenía una explicación suficiente y acabada.
Las religiones tratan de explicar el origen del universo, de la vida, de la conciencia… Dios no sería explicable, pero suele considerarse una explicación válida de lo demás. Sería el único misterio en el que se sumiría todo lo misterioso, aunque él mismo permanezca misterioso, insondable e incomprensible.
Esto lo deja en un lugar equivalente al pleno desconocimiento, que cuando trata de suplirse con algo, cae en el antropomorfismo. La paradoja está clara. No sabemos nada de Dios, y cuanto le atribuimos son características esencialmente humanas que no tienen por qué ser suyas.
Pero mientras tanto la ciencia ha ido desarrollándose y reduciendo el papel explicativo de Dios. No por ello ha logrado explicarlo todo, ni resolver la existencia de un amplio campo de asuntos desconocidos, por iluminar o explicarse.
Existe el misterio, “pero ¿por qué ese misterio habría de ser Dios?” Al fin y al cabo, lo que conocemos (¿gira la Tierra alrededor del Sol o es éste el que gira alrededor de la Tierra?) lo conocemos por nosotros mismos, y Dios no sólo no explica nada de ello, sino que él mismo resulta inexplicable e incomprensible...
Como Hume observara, “¿en qué diferís vosotros, los místicos, que sostenéis la absoluta incomprensibilidad de la Divinidad, de los escépticos y los ateos, que afirman que la primera causa de todas las cosas es desconocida e ininteligible?” Para Comte-Sponville “la objeción es más fuerte de lo que parece. Si el absoluto es incognoscible, ¿qué garantía tenemos de que sea Dios?” (p.112.)
Es más, todo intento de atribuir cualquier cualidad concreta a Dios lo antropomorfiza. Inevitablemente. Estamos ante la paradoja de que no podemos decir nada absolutamente de él, hasta el punto de que no poder estar seguros de que sea “Dios” y no cualquier otra cosa ignota; o bien lo calificamos con atributos propiamente humanos (aunque idealizados): es padre, es justo, es amoroso, es sabio, es compasivo...
Por otro lado, si no conocemos nada acerca de Dios, no podemos saber que sea una Persona, un Sujeto, un Espíritu… que estemos hechos a su imagen o que sea justo, bueno, paternal, etc.
Hasta aquí los argumentos negativos, que llevarían a Conte-Sponville a un agnosticismo escéptico. Faltan por abordar sus argumentos positivos (pro-ateísmo).
En primer lugar, la más evidente y universal es que Dios se esconde: no se manifiesta, no es perceptible… y ya Comte Sponville no se ve con edad para jugar al escondite.
Entre las razones que se aducen para explicar la posibilidad de que exista ese Dios que gusta esconderse, está la de mantenernos libres. En primer lugar, libres de creer o no en él; en segundo, ser supuestamente libres de incumplir sus mandamientos por falta de fe…
Pero esto tiene menos efecto a favor de nuestra libertad que en contra de nuestro conocimiento (se nos oculta, no permitiéndonos conocer la verdad sobre su existencia), y éste, más que limitar nuestra libertad, la facilita.
Si la ignorancia fuera un ingrediente de la libertad, nosotros seríamos más libres que Dios, que no dudará de su existencia. Y también más libres que los profetas que habrían hablado con él o con los bienaventurados que estarían viendo a Dios cara a cara.
Por otro lado, este argumento pro-ignorancia iría contra el espíritu de la Ilustración (“atrévete a saber”), ¿qué padre o maestro estaría en contra de que sus hijos o discípulos conozcan?
Kant no consideraba realmente moral –sino sólo “prudente” o “interesadamente sumiso”- a quien decidiera actuar en base a sortear la amenaza del infierno o ganarse el premio del cielo, pero éste sería un argumento que iría más contra la existencia de estos lugares o situaciones postmortem que a favor de que justificar el que Dios nos mantuviera voluntariamente en su ignorancia.
Pero, si todo lo anterior ya resulta inconcebible en un Dios amoroso, más aún lo es que un Padre se oculte de sus hijos aun en situaciones como las de Auschwitz, Gulag, Ruanda y similares.
La idea de un padre que se oculta, nos mantiene ignorantes de su existencia y no se hace presente jamás, ni cuando ve a sus hijos deportados, humillados, depauperados, torturados y asesinados, se parece más a la de un monstruo.
La debilidad de las experiencias –que también atañe a su subjetividad, a su falta de verificabilidad- afecta a nuestra confianza en que exista un Dios que se oculta o siempre calla. Se parece demasiado a lo que cabría esperar de su inexistencia.
El tercer argumento negativo atañe al intento de explicar un mundo que no se entiende. Se ha basado en que éste no tenía una explicación suficiente y acabada.
Las religiones tratan de explicar el origen del universo, de la vida, de la conciencia… Dios no sería explicable, pero suele considerarse una explicación válida de lo demás. Sería el único misterio en el que se sumiría todo lo misterioso, aunque él mismo permanezca misterioso, insondable e incomprensible.
Esto lo deja en un lugar equivalente al pleno desconocimiento, que cuando trata de suplirse con algo, cae en el antropomorfismo. La paradoja está clara. No sabemos nada de Dios, y cuanto le atribuimos son características esencialmente humanas que no tienen por qué ser suyas.
Pero mientras tanto la ciencia ha ido desarrollándose y reduciendo el papel explicativo de Dios. No por ello ha logrado explicarlo todo, ni resolver la existencia de un amplio campo de asuntos desconocidos, por iluminar o explicarse.
Existe el misterio, “pero ¿por qué ese misterio habría de ser Dios?” Al fin y al cabo, lo que conocemos (¿gira la Tierra alrededor del Sol o es éste el que gira alrededor de la Tierra?) lo conocemos por nosotros mismos, y Dios no sólo no explica nada de ello, sino que él mismo resulta inexplicable e incomprensible...
“Prefiero aceptar el misterio como lo que es. La parte ignota o incognoscible que envuelve cualquier conocimiento y cualquier existencia”. “Llamar a este misterio “Dios” es una manera fácil de tranquilizarse sin hacerlo desaparecer. ¿Por qué hay Dios y no más bien nada? ¿Por qué estas leyes y no más bien otras? El silencio ante el silencio del universo me parece más justo, más fiel a la evidencia y al misterio, quizá también más auténticamente espiritual. ¿Rezar? ¿Interpretar? No es más que ponerle palabras al silencio. Es preferible la contemplación. O la atención. O la acción. Me interesa más el mundo que la Biblia o el Corán, plagados de necedades y contradicciones...” (p. 110).
Como Hume observara, “¿en qué diferís vosotros, los místicos, que sostenéis la absoluta incomprensibilidad de la Divinidad, de los escépticos y los ateos, que afirman que la primera causa de todas las cosas es desconocida e ininteligible?” Para Comte-Sponville “la objeción es más fuerte de lo que parece. Si el absoluto es incognoscible, ¿qué garantía tenemos de que sea Dios?” (p.112.)
Es más, todo intento de atribuir cualquier cualidad concreta a Dios lo antropomorfiza. Inevitablemente. Estamos ante la paradoja de que no podemos decir nada absolutamente de él, hasta el punto de que no poder estar seguros de que sea “Dios” y no cualquier otra cosa ignota; o bien lo calificamos con atributos propiamente humanos (aunque idealizados): es padre, es justo, es amoroso, es sabio, es compasivo...
Por otro lado, si no conocemos nada acerca de Dios, no podemos saber que sea una Persona, un Sujeto, un Espíritu… que estemos hechos a su imagen o que sea justo, bueno, paternal, etc.
Hasta aquí los argumentos negativos, que llevarían a Conte-Sponville a un agnosticismo escéptico. Faltan por abordar sus argumentos positivos (pro-ateísmo).