El medio ambiente es un bien colectivo que hemos recibido y debemos transmitir con generosidad. “Ya no puede hablarse de desarrollo sostenible sin una solidaridad intergeneracional. Cuando pensamos en la situación en que se deja el planeta a las generaciones futuras, entramos en otra lógica, la del don gratuito que recibimos y comunicamos. Si la tierra nos es donada, ya no podemos pensar sólo desde un criterio utilitarista de eficiencia y productividad para el beneficio individual. No estamos hablando de una actitud opcional, sino de una cuestión básica de justicia, ya que la tierra que recibimos pertenece también a los que vendrán” (Laudato si, 159).
TODO CAMPESINO TIENE DERECHO NATURAL
A POSEER UN LOTE RACIONAL DE TIERRA...
“El rico y el pobre tienen igual dignidad, porque «a los dos los hizo el Señor» (Pr 22,2); «Él mismo hizo a pequeños y a grandes» (Sb 6,7) y «hace salir su sol sobre malos y buenos» (Mt 5,45). Esto tiene consecuencias prácticas, como las que enunciaron los Obispos de Paraguay: «Todo campesino tiene derecho natural a poseer un lote racional de tierra donde pueda establecer su hogar, trabajar para la subsistencia de su familia y tener seguridad existencial. Este derecho debe estar garantizado para que su ejercicio no sea ilusorio sino real. Lo cual significa que, además del título de propiedad, el campesino debe contar con medios de educación técnica, créditos, seguros y comercialización»(Francisco, Laudato si, 94).
LLORANDO CON EL LLANTO DE LOS OTROS
Bajo la leyenda general “Destino común de los bienes”, cita el Papa Francisco un valiente y razonado testimonio de los Obispos de Paraguay (año de 1983) que acabamos de reproducir. No siempre, en las relaciones laborales, impera la justicia y la solidaridad. No siempre el ejercicio de la propiedad privada genera beneficios para todos. Y se divide la población en ricos y pobres, beneficiados y excluidos...
En los versos de “En el nombre del Padre”, del gallego José Luis Prado Nogueira, se describe cómo, al bendecir la mesa familiar y agradecer a Dios los alimentos, sobrevuela el hogar la nube negra del hambre y el llanto del mundo. Y ya solo se puede rezar el Padrenuestro con tristeza y sofoco: ser consciente de la injusticia sería ya un primer y necesario paso de aproximación al hermano que sufre.
EN EL NOMBRE DEL PADRE...
En el nombre del Padre, en el del Hijo
y en el del Santo Espíritu... No basta.
Si la dicha nos diste, ya es sabida,
oh Dios, la gratitud. Ahora queremos
nuevamente empezar. Porque no es lícito
cerrar la dicha aquí, entre cuatro muros,
entre una bella niña y una madre
muy amada y un niño y un poeta.
Porque en el mundo hay casas y en las casas
pobres mesas de pino y doloridos
seres alrededor, como nosotros
aspirantes a Dios, en anchas olas
de miseria batiéndose, hijos míos,
felicísimos míos, bellos seres,
digamos que queremos la amargura
de saber que en el mundo hay mesas tristes,
la alta prerrogativa, el privilegio
de inyectarle dolor a nuestra dicha
llorando con el llanto de los otros.
Empecemos de nuevo. Padre nuestro,
Padre de todos, haz, en tu sigilo,
que como un nuevo espíritu, con alas,
con un respeto pavoroso y tierno,
hasta la mesa de los pobres llegue
nuestra vergüenza desgarrada.
ROBA A LAS NACIONES POBRES
Y A LAS FUTURAS GENERACIONES
“El medio ambiente es un bien colectivo, patrimonio de toda la humanidad y responsabilidad de todos. Quien se apropia algo es sólo para administrarlo en bien de todos. Si no lo hacemos, cargamos sobre la conciencia el peso de negar la existencia de los otros. Por eso, los Obispos de Nueva Zelanda se preguntaron qué significa el mandamiento «no matarás» cuando «un veinte por ciento de la población mundial consume recursos en tal medida que roba a las naciones pobres y a las futuras generaciones lo que necesitan para sobrevivir»(Francisco, Laudato si, 95).
NUESTRO ALIMENTO LO RECLAMAN OTROS
Los Obispos de Nueva Zelanda (año 2006) calificaban –como acabamos de leer– de asesinato (“no matarás”) la acción de robar al prójimo lo que necesita para sobrevivir. En su postrer poemario, de 1979, “Igual que guantes grises”, incluyó Leopoldo de Luis un intenso tríptico de sonetos que titularía “El hambre”. Pretendía comentar en sus versos la estremecedora información estadística de que “De cada tres personas que habitan el mundo, dos están desnutridas”. Se lamenta, en las primeras estrofas, de que, según estos datos, de los tres miembros de su familia (padre, madre, hijo) , deberían dos de ellos vivir malnutridos, ser racimo de huesos, bocas hambrientas...
Imagina, en el poema tercero que ya nos acompaña, que se han presentado a su mesa, en la hora de comer, dos desconocidos seres medio muertos de hambre: “Quieren coger la parte que les toca, / la comida nos quitan de la boca. / Contra los nuestros juntan más sus sillas...” Pero será mejor leer y meditar personalmente el poema, y acercar al corazón la definitiva escena que Jesús anunció para el día final: “Tuve hambre y no me disteis de comer” (Mateo 25).
EL HAMBRE
Entre nosotros han tomado asiento
de pronto aquí, a la mesa, a nuestro lado,
dos niños con el verde vientre hinchado,
dos mujeres de rostro ceniciento,
dos hombres con la ruina en las mejillas.
Quieren coger la parte que les toca,
la comida nos quitan de la boca.
Contra las nuestras juntan más sus sillas.
Estamos a la mesa y nuestro puesto
nos lo discuten con semblante adusto,
nuestro alimento lo reclaman otros.
Y queremos comer, pero no es esto
ya una mesa, es un hosco mundo injusto
para de cada tres dos de nosotros.